La obsesión del Alfa
La obsesión del Alfa
Por: cherrywatt
Capítulo 1: La llegada de la Omega

Victoria

Mudarte a una nueva ciudad para todos, o al menos, la gran mayoría de personas siempre será un completo dolor de cabeza, y en mi caso, yo siempre he sido la nueva porque mi madre no puede mantener las piernas cerradas y el corazón frío, pero eso es algo que contaré más tarde.

Como siempre soy la nueva, amigos no es una palabra que esté en mi vocabulario, solo idiotas que se meten debajo de mi falda dos veces por semana, bueno, tal vez no soy tan diferente a mi madre después de todo. Ahora mismo vamos en camino en nuestra vieja camioneta hacia la casa de su nuevo prometido, al cual no he visto nunca en mi vida, tampoco me tomé el tiempo de buscar en línea acerca de nuestro “nuevo hogar” ya que no pasaremos mucho tiempo aquí, de eso estoy segura.

—Victoria, ¿podrías dejar de fumar en el auto? Llegaremos oliendo a humo —escuchar la voz de mi madre hace que me quiera meter el cigarro por el trasero, aún encendido.

—No es nada diferente a lo que huele tu estúpido auto.

—No estaría mal que dejaras esa actitud. No quiero que llegues de esa manera a conocer a Andrew —contesta mirándome por el retrovisor. Yo hago lo mismo mientras continúo fumándome mi cigarro.

Esta vez mi querida madre decidió que todo sería diferente, que seriamos nosotras las que nos mudáramos a casa de su nueva conquista, para “intentar” no tener que huir por alguna deuda de azar o algo así a una nueva estúpida ciudad. Siempre es todo de la misma manera, siempre estamos de aquí para allá, siempre me siento como una nómada, desconocida, sin identidad, sin propósito.

Después de un tiempo decido contestarle.

—Tu auto te está pidiendo gasolina y justo allí hay una estación —ella comprueba lo que le digo, y nos detenemos en la gasolinera.

Ambas nos bajamos de la camioneta e inmediatamente noto algo extraño; este no es un sitio remoto, hay autos finos y un ambiente elegante. Esto es algo diferente a todas las cajas gris en las que hemos vivido.

—Apaga el maldito cigarro —tal vez por mi evidente concentración hago lo que mi madre me pide, lanzándolo al suelo y arrastrándolo por el suelo con mi bota, esas que mi madre odia que me coloque.

—¿Ya estamos llegando? —pregunto.

—Ya hemos llegado, estamos a las afueras.

Al escuchar eso de la manera más veloz que he notado desde que tengo memoria, mi estado de ánimo mejora descomunalmente. Comienzo por pensar que sí debí investigar sobre el lugar al que iba, antes de llegar a él, puesto que tal vez mi camisa vieja y holgada con mis shorts ciclistas, mis botas y un cabello sin lavar de tres días no sea lo más apropiado para este lugar; todo él grita lujo y no puedo evitar sentirme ligeramente mal vestida.  

Me quedo inspeccionando el lugar hasta que una camioneta negra con ventanillas blindadas capta mi atención. De ella se baja un hombre alto y delgado del asiento del conductor, cierra la puerta del auto, y se dirige a la parte de atrás donde le abre la puerta a alguien más, un hombre extremadamente fuerte y robusto y ambos se adentra en la estación. Pero lo que realmente me llama la atención de ambos es su inmensa altura, sus brazos fuertes y los muchos tatuajes que tiene en estos que a simple vista parecen ser extraños y sin un significado aparente. Él más delgado parece verme y le dice algo al más robusto quien también me mira y puedo jurar cómo sus enormes ojos se abren de par en par en cuanto lo hace, lo que me pone realmente nerviosa así que dejo de mirarlos a ambos. Mi madre termina su tarea y ambas volvemos al auto, mientras este arranca vuelvo a observar a los dos hombres que siguen sin dejar de verme hasta que los pierdo de vista. Mientras mamá sigue conduciendo yo no puedo evitar pensar en aquel hombre, tenía una mirada profunda, era como si me conociera, o peor, como si hubiera visto un fantasma; realmente fue escalofriante, pero a la vez, se sintió intimidante, de una forma en que la desearía saber quién es aquel hombre.

El auto se detiene frente a una casa pequeña de dos plantas con un porche en madera, de hecho, todas las casas del vecindario son muy parecidas, casi de inmediato, quien probablemente sea Andrew sale de adentro con una ancha sonrisa mientras alza su mano al aire en un gesto de saludo. Todo el buen humor que pude haber tenido desaparece porque como era de esperarse, volvimos a otra caja gris ya que vivimos del lado pobre del pueblo.

Mi madre sale del auto a lo que Andrew corre hacia ella y le plata un beso que prefiero no ver, luego de un par de segundos, abren el maletero y el hombre grita por alguien y una chica de mi edad, sale a recibir las maletas.

—No puede ser… —maldigo en voz alta.

Lo último que esperaba era que tuviera una hija de mi edad, no es que la chica me haya hecho algo, es solo que bueno… tendré que escuchar sus estupideces cada tanto, dormir en la misma habitación y frenarla cuando me llame hermana.

Tomo mi bolso de mano y salgo del auto, subiendo los lentes hacia la coronilla de mi cabeza.

—¡Vaya! ¡que linda eres! Debes ser Victoria. Es un gusto, me llamo Andrew.

Me quedo en silencio mientras observo por encima de su hombro a la que muy probablemente sea su hija venir hasta nosotras.

—No me dijiste que tenía hijos —le hablo a mi madre.

—¡Victoria! —chilla en respuesta.

—Soy Andy, Andrea de hecho, pero todos me dicen Andy —se presenta la chica.

Es muy poco parecida a su padre, es un poco baja, de piel trigueña, con ondas en su cabello negro, algunas pecas y una particular forma de vestir. ¿Quién carajos utiliza overoles?

—Para mí eres Andrea —le contesto.

Sé que me estoy comportando como una niña de tres años, pero no puedo evitarlo, yo solo quiero, yo solo quiero que todo esto acabe y volver a donde sea, menos aquí.

—¿Podrían dejarme un minuto a solas con Victoria? Entramos en un segundo.

Andrew asiente, toma a su hija del brazo y ambos entran a la casa.

—¡No me vas a arruinar esto también! ¡quítate los malditos lentes, sé jodidamente amable y sonríe por una m*****a buena vez! —mi madre me toma tan fuerte del brazo que creo que me lo va a quebrar.

—¿Y si no qué, Amber? —ella ríe para mi sorpresa.

—Pues vas a conocer a la escoria de tu padre, como lo llamas siempre y créeme, si te desagradó esta bonita casa familiar, al ver el lugar donde él vive querrás suicidarte. No me va a temblar la mano esta vez para echarte de la casa —me suelta el brazo y se adentra a la casa.

Intento respirar profundo, abro y cierro mis puños, contengo las lágrimas de enojo y entro a la casa.

Al estar adentro, noto que es muy cómoda y que de hecho es mucho más grande que el apartamento donde vivíamos. Hay una sala de estar con un televisor y un sofá con mantas y cojines, un poco más hacia el fondo se puede ver un comedor y junto a la puerta de entrada esta la escalera al lado del pasillo que muy probablemente te dirige a la cocina.

—Perdón por lo de antes, es un gusto Andrew y Andy, gracias por dejarnos venir.

—Es tu casa ahora, Victoria. Sé que todo esto es nuevo para ti, es nuevo para todos, es la primera vez que salgo con una chica un poco más joven, pero me ayuda mucho que Andy esté de acuerdo, estoy segura de que tu madre también apreciaría lo mismo —me contesta Andrew

—No estoy en desacuerdo —me apresuro a contestar—, solo estoy… cansada —miento.

No quiero una conversación de ese tipo en este momento.

—Sí, fue un viaje largo. Ayúdala a subir las maletas, Andy.

La susodicha toma mi maleta y me pide que la siga, así lo hago hasta llegar a la segunda plata donde hay un pasillo pequeño con cuatro puertas.

—Bueno, la última puerta es la habitación de Amber y mi padre, la que sigue es la mía, del otro lado está el baño, hay uno solo y esta es la tuya, junto a la escalera.

—¿Tengo habitación para mí sola?

—Sí, era de huéspedes —me contesta ligeramente nerviosa, lo que me demuestra que es un poco tímida—, estaba muy desordenada, pero papá prefirió que tuvieras tu propia habitación —finaliza mientras abre la puerta—. Papá compró sabanas purpuras, pensó que te gustaría, el papel tapiz es un poco costoso, pero podemos cambiarlo si quieres, la cama no es muy grande, pero es cómoda, como sea, cuando estés lista puedes bajar a cenar. Mi padre hizo una “comida especial”

—Por supuesto —contesto

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