Un poco de celos
La noche había caído sobre la aldea, envolviendo las cabañas en una calma pesada y tibia, solo rota por el canto lejano de los grillos y el crujir ocasional de las ramas bajo el viento.
Kael subió las escaleras en silencio, deteniéndose al llegar a la habitación donde dormían los trillizos. La puerta estaba entreabierta. Entró despacio, como si el más leve ruido pudiera romper el hechizo que envolvía ese cuarto pequeño.
Eliot dormía profundamente, abrazando a su manta toda torcida; Keith estaba medio destapado, con una pierna fuera de la cama y el ceño fruncido, como si estuviera regañando a alguien en su sueño; y Aleck murmuraba cosas ininteligibles, enredado entre dos almohadas.
Kael se acercó al primero, levantó la sábana con cuidado y volvió a cubrirlo hasta el cuello. Eliot suspiró, sin despertar.
Con Keith fue más complicado. El niño se quejó al sentir que intentaban enderezarlo, pero Kael le acarició la cabeza con la palma abierta, como hacía su madre, y eso pa