Alexandre
Además de irritado, estaba incrédulo ante la escena que se desarrollaba frente a mí. El nivel de confianza de Raissa rozaba la arrogancia. Mi corazón latía acelerado, pero no de alegría por verla, sino por la indignación que se apoderaba de mi pecho. ¿Cómo después de tantos años tenía la audacia de aparecer en mi empresa, en mi oficina y todavía proclamarse mi novia?
Raissa se mantenía tan segura de sí misma como la última vez que nos vimos, mientras caminaba hacia mí, vestida con un vestido ajustado que acentuaba sus curvas.
—¡Hola amor! Te extrañé —dijo con la mayor cara de piedra, como si el tiempo no hubiera pasado.
—¿Qué estás haciendo aquí, Raissa? ¿Y con qué derecho invades mi oficina diciendo que eres mi novia? No estamos juntos desde hace años, ¿te volviste loca?
Observé a Jaqueline inmóvil a mi lado. Estaba visiblemente incómoda, mientras el ambiente se volvía aún más tenso.
—Perdóname, Alexandre, pero necesitaba hablar contigo y esta mujer no me quería dejar pasar