Capítulo 2

Amaya

Me quedé en silencio durante varios segundos, por lo que él fue alentador.

—Sé honesta, no hay nada malo, ni peor que nada… Podemos tener gustos variados, así como nos puede gustar un clásico, también algo que la crítica considere malo y eso está bien.

—Me gustan las historias de romance paranormal, de romance de humanas con alienígenas y de criaturas misteriosas que se convierten en humanos —apunté con miedo porque la gente tendía mucho a burlarse—. Es decir…

—Te gusta lo sucio que hay en ese tipo de relaciones, ¿o me equivoco?

Me había dejado muda con su conclusión tan directa y sincera, sin grandes palabras, por lo que fui honesta.

—Me gusta que esos fueron construidos por mujeres y creados a nuestro ideal —admití con la cara encendida—. En ese ideal entra el placer, el amor y las necesidades que la mayoría de las mujeres tenemos a la hora de tener parejas.

—¿No te parece un concepto iluso? —preguntó en un tono que casi me pareció a burla.

Fruncí el ceño ante ello.

—No porque eso nos ayuda a escapar de nuestra realidad…

—Pero afecta la cosmovisión de los ideales de las mujeres y eso nos deja a nosotros mal parados porque no llenamos las expectativas —dijo con burla.

Entonces entrecerré los ojos y terminé de colocar los libros en el estante para luego cruzar los brazos.

—Ustedes no llenan las expectativas de las mujeres porque ni siquiera se esfuerzan en hacer lo básico señalado para ello… —argumenté en un tono tajante porque me parecía muy descarado de su parte—. Solo hacen algo de trabajo al inicio, cuando quieren obtener lo que desean de una mujer, pero luego… No hacen nada más, le dejan la mayor parte del trabajo, de la carga… Las mujeres terminan siendo las que no solo sostienen los cimientos de las relaciones, sino que hacen la mayoría de las cosas en pro de que funcione cuando los hombres solo dan lo económico y muchas veces terminan ocultándolas como un sucio secreto.

Bueno, me di cuenta de que me excedí en el momento en el que me lo tomé demasiado personal y solté lo que pensaba de mis comparaciones analíticas de la relación que tenían mis padres.

»Lo siento… Yo no…

—No te preocupes, entiendo hasta cierto punto tu perspectiva —dijo con seriedad, pero la voz más cálida, haciéndome entender que estaba más receptivo—. Fue un placer conocerte, buscaré libros de alienígenas, serán divertidos de entender.

Después de eso, lo escuché caminar hacia el otro pasillo, por lo que la curiosidad me picó las manos y me asomé para intentar saber con quién hablaba. No lo había podido ver, pero en ese momento vi a un hombre alto, fornido, con un munificente trasero, y vestido en un traje, caminar hacia las escaleras del ala superior.

Me causó mucha curiosidad, pero no demasiado como para seguirlo como una acechadora, tenía límites y a pesar de la pequeña diatriba, me alegré lo suficiente como para sonreír.

Había tenido una charla honesta con un hombre sobre libros, sobre gustos y placeres culposos y no había muerto de vergüenza en el intento. Tanto que cuando reporté mi salida media hora después, Kendra, la bibliotecaria me vio con diversión.

—¿Qué pasó entre casi llorar porque los niños te preguntasen algo fuerte a poner esa sonrisa de mujer recién satisfecha que le hubiesen dado un revolcón?

—¡Kendra! —la reñí.

Aunque sí, me habían dado una especie de revolcón intelectual.

—¡Ay! No seas pudorosa que sé lo que lees, clásicos y no clásicos, así que no me vengas a decir que no sabes de lo que hablo que sé de qué van los libros de marcianos —dijo con burla.

—Claro que sé de lo que hablas mujer, pero es un tema que no voy a conversar contigo.

Ella se echó a reír, de una forma nada modesta y recordé que ella siempre lo hacía sin malicia, pero con la intención de poner en la mesa los temas divertidos. ¿Honestamente? La mujer era mi heroína en más de un sentido, tenía una seguridad que casi nadie poseía.

—Bien puritana, pero antes de que te vayas, entraron tres libros más de hombres lobos enamorados que puedes sumar a tu lista de préstamos —añadió con una sonrisa triunfante.

—¡Dios! Eres terrible…

—Y me adoras por eso, ya los registré en el sistema por ti, los dejé debajo del armario donde guardas tus cosas.

—Gracias, Kendra.

—Gracias no, dame una reseña extendida, con pelos y señales de lo que ocurre ahí y no tendremos ningún problema.

Negué y me despedí, tomé los libros y los metí en mi bolso, luego salí de la biblioteca y caminé las cuadras que caminaba normalmente para llegar a la residencia estudiantil.

Me sentía divertida, pero en el trayecto, sentí que tenía ojos observándome y no era la primera vez que me sucedía, en ese mes había ocurrido muchas veces en distintos lugares y me pregunté si mi padre tenía algo que ver.

Después de todo, era un hombre muy controlador.

Me detuve en una heladería que quedaba cerca y me pedí una tina de pistacho, una que era mi preferida por encima de todo. Me la comí a medida que me acercaba al edificio y saludaba a la chica que hacía las revisiones, ella me detuvo cuando di tres pasos directo al ascensor.

—Creo te estaba siguiendo, el hombre que lo hacía se marchó cuando te vio entrar —me dijo con algo de preocupación y asentí.

Estaba segura de que era obra de mi padre, pero no entendía por qué a estas alturas.

—Gracias, estaré más pendiente y cualquier cosa llamaré a seguridad —le indiqué y vi cómo frunció el ceño.

Entendía su punto de duda, sin embargo, era más una cuestión de restarle importancia porque las primeras veces que fui a reportar un hecho, cuando el campus indagaba, mi padre hacía de las suyas para que yo quedase como una completa idiota. Por ello aprendí cuándo sí y cuándo no.

Subí directo a la suite que se me había pagado desde que me mudé, cortesía del dinero que mi madre percibía como organizadoras de eventos, fotógrafa y dueña de restaurantes. Sabía todo lo que tenía ella, a diferencia de lo de mi padre, era hecho con el sudor de su frente, con trabajo honesto, pero podía imaginar que el hombre que toda la Yakuza admiraba tenía mucho que ver.

No iba a mentirme.

Me sacudí los pensamientos, abrí la puerta de mi Suite y me senté directo en mi escritorio, saqué mi diario y ahí plasmé mi interacción con el misterioso hombre de la biblioteca. Fue tan divertido que no mengüé la sonrisa, solo creció mucho más hasta que mi teléfono sonó con una llamada de mi madre, la que contesté de inmediato.

—Tenemos que hablar, suki.

Esas palabras no auguraban nada bueno, menos después de citar mi apodo cariñoso. Eso significaba una sola cosa: lo que me iba a decir estaba relacionado con mi padre.

El problema era que tenía cinco años sin hablarle, sin querer dirigirle la palabra a él y le había prohibido a mi madre que sacase el tema, lo que me indicaba que tenía que ser lo suficientemente serio como para que ella rompiera su promesa.

—Dime. 

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