POV : Aslin Ventura
Pensé que lo peor ya había pasado. Que nada podía ser más humillante que haber sido entregada como un objeto. Que ya había sentido todo el dolor que un cuerpo puede soportar.
Pero no.
El verdadero tormento empezó después.
Alexander dejó de gritarme. De arrastrarme por la casa como un perro herido.
Ahora se dedica a... “cuidarme”.
Cada mañana entra con una sonrisa que me enferma. Me acaricia el rostro como si fuera su mayor tesoro, me dice que tengo los ojos más hermosos del mundo, que la maternidad me sienta bien. Yo no digo nada. Solo lo miro con la misma cara con la que uno observa a una cucaracha antes de aplastarla.
Me deja regalos sobre la cama.
Vestidos de maternidad. Zapatos con suela baja. Perfumes suaves “para no irritar al bebé”.
Como si este hijo fuera fruto del amor.
Como si yo no estuviera rota por dentro.
A veces me río. Por dentro. De lo patético que es.
Hoy me trajo ropa de bebé.
Tan pequeña.
Tan blanca.
Tan inocente.
Dijo que quería que el cuarto