POV: Carttal Azacel
El avión tocó tierra en Londres con un rugido seco, como si el mismo cielo nos hubiera empujado hacia el infierno. Apenas se desplegó la escalinata, bajé con pasos apresurados, ignorando el ardor en mis costillas, ignorando todo lo que no fuera la imagen de Aslin y mis hijos.
Mariano ya tenía la furgoneta preparada. El motor rugía igual que yo por dentro. Me lancé al interior sin esperar a nadie, y apenas cerré la puerta corrediza, el vehículo arrancó con un impulso violento, como si compartiera mi urgencia.
Mis hombres iban armados, silenciosos. Todos sabían lo que estaba en juego. Ninguno hablaba. Ninguno respiraba más fuerte de lo necesario. El aire era denso. Cada segundo nos comía vivos.
El trayecto fue corto. Demasiado corto para tanta angustia. Al fondo, entre los árboles oscuros de las afueras, apareció la finca. La reconocí de inmediato. Esa arquitectura arrogante, clásica, rodeada de muros altos y cámaras. Alexander nunca hacía nada sin dramatismo. Era su