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Llegamos a la fiesta.

La casa McCarthy no era una mansión de ricos como pensaba, era solo una simple casa de dos pisos con una muy linda decoración, claro, linda de no ser por los hormonales con instintos primitivos, vasos regados por el jardín y una mezcla de cigarro, alcohol y vomito que me dan deseos de volver.

De inmediato reconozco a los dos hombres que resguardan la entrada como los hombres de negro, son los tíos vagos y buenos para nada de Rafa Wells.

—Nova —me mira con lascivia—. Igual de preciosa.

Me abstengo de responder lanzándole la invitación por la cara cuando los demás entran, y le saco el dedo al otro cuando presiento que voltearon a verme el trasero.

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