La inocente esposa del despiadado Brasileño
La inocente esposa del despiadado Brasileño
Por: miladyscaroline
1. La novia acusada

— ¿Cómo puedes estar haciéndome esto? ¿En serio crees que nuestros padres estarían de acuerdo? — preguntó Calioppe a su hermano mayor. Tenía el corazón apabullado — ¿Qué papá me arrojaría a los brazos de cualquier hombre? ¡¿Qué mamá lo consentiría?!

— ¡Basta, Calioppe! ¡No toleraré más esta clase de comportamiento infantil a una hora de tu boda! — exclamó Thiago Da Silva a su hermana de veintitrés, que lo veía como si él fuese su peor enemigo — ¡Esta es una decisión irrefutable, así que sal allí y contrae matrimonio con tu prometido!

— ¡Thiago, por favor, no puedes hacerme esto! — sollozó, desconsolada.

— ¡Eso lo hubieses pensado antes de hacer de tu vida todo este desastre!

— ¡Yo no hice nada!

— ¡Te encontraron con estupefacientes en tus pertenencias y tienes una orden de arresto que tuve que resolver para que no fueses a dar a la cárcel! — bramó — ¡¿Significa eso nada para ti?!

Era imposible hacerlo entrar en razón, sobre todo porque ella no tenía como defenderse… no cuando la mujer que él había escogido como esposa la había obligado a hacer todo eso.

— ¿De verdad vas a casarme? — preguntó por última vez con la voz agotada, ya sin esperanzas.

— Es mi última palabra, Calioppe. Vas a casarte con Marcelo Rodrigues y a enderezar tu camino como su esposa.

Calioppe asintió. Ella adoraba a su hermano, tanto que de verdad le dolía que él estuviese haciéndole una cosa así. Desde que los padres de ambos murieron trágicamente y este se unió en santo sacramento a la arpía de su ahora esposa, su relación se comenzó a deterior de a poco, y para ese punto, la consideraba irremediablemente rota.

Lágrimas calientes inundaron sus ojos y Thiago dio un paso al frente. Ella retrocedió dos.

— ¡No! — dijo firmemente. No quería su consuelo… no cuando él mismo era el responsable de su gran dolor.

— Lilo…

— Ya no soy Lilo para ti.

Entonces se dio la media vuelta y salió de allí. Desesperanzada y rota.

Un largo pasillo la esperaba, uno que la dirigía a la habitación en la que iban a terminar de prepararla para la ridícula farsa que se celebraría en menos de nada.

— Señorita, la estábamos esperando… — le dijo una de las estilistas cuando ella abrió la puerta, pero, en vez de ingresar, se quedó muy quieta al sentir que sus pulmones se comprimían y que el aire le comenzaba faltar.

Necesitaba salir de allí… necesitaba tomar una gran bocanada de aliento antes de entregarse a su destino, así que sin decir una sola palabra, se alzó la falda del vestido y se dirigió hasta el jardín privado del lujoso hotel de Río de Janeiro.

Nuevas lágrimas la asaltaron cuando se sentó en una banca, y con el rostro enterrado entre las manos, deseó que sus padres estuviesen allí… y que ese trágico a inesperado accidente no se los hubiese arrebatado.

Se sentía completamente sola.

— ¡Oh, sí, eso es cariño, sigue así! ¡Lo haces muy bien! — escuchó Calioppe de pronto, unos interesantes y extraños quejidos que parecían venir de una habitación contigua a esa ala del hotel… misma que estaba segura pertenecía a su flamante prometido.

No, no… ¿Sería posible?

Se acercó a pasos tímidos mientras su corazón latía a toda marcha, y apretó los ojos antes de armarse de valor y abrir la puerta de par en par. Lejos de sentir dolor por lo que sus ojos estaban viendo en ese momento, un inmenso e inexplicable alivio la atravesó como una flecha… ¡Pues se le acababa de presentar la maravillosa oportunidad para cancelar ese absurdo compromiso!

El poco hombre tenía los pantalones abajo y las pelotas al aire, mientras tanto, de rodillas, una morena esbelta rezaba profesionalmente en medio de sus piernas… y no precisamente el padre nuestro que estás en los cielos.

Tan pronto Marcelo Rodrigues se percató de la presencia de su prometida, se quedó lívido por un microsegundo.

— ¡Te pedí que cerraras la puerta, carajo! — apartó a la mujer con brusquedad y se subió los pantalones, mientras batallaba con la cremallera.

— ¡Pero no me aclaraste que debía poner el pestillo!

— ¡Encima de zorra, también eres tonta! — bufó y cuando buscó la mirada de Calioppe, le fue muy tarde, ella ya había echado a correr a través del pasillo… y sabía que pretendía — ¡No, no, no! ¡M4ldita sea! ¡Lo arruinará todo! ¡Calioppe!

Calioppe corrió con toda la fuerza que le permitieron sus piernas. Su hermano tenía que saber que ese patán no le convenía como hombre y debía desistir de la idea de aquella boda, pero, mucho antes de llegar a su destino, alguien le dio un empujón tan decisivo que terminó desparramada dentro de una habitación.

Cuando alzó la vista, consternada, lo último que vio allí fue la sonrisa lobuna del infeliz de su prometido y la cara de terror de una de las muchachas del servicio antes de que cerraran la puerta.

Luego escuchó el seguro.

— ¡¿Qué crees que haces?! — gritó, incorporándose, después tomó el pomo entre sus manos que temblaban y tiró de este con muchísima fuerza, pero nada, la m4ldita puerta no cedía. ¡La había encerrado allí! Golpeó y pataleó como una chiquilla, mientras temblaba de rabia — ¡Desgraciado, infeliz, ábreme, no te saldrás con la tuya!

De un momento a otro, a medida que su pecho subía y bajaba, sintió como el tacón de sus zapatos se le clavaba a los pies del vestido, y este no solo se hizo una abertura en la parte trasera, sino que provocó el completo desequilibrio de sus piernas.

… Y un segundo, solo uno, le bastó a Nicholas Dos santos; que llevaba un par de segundos contemplando la escena con gesto atónico, para capturar a la mujer en el aire y evitar que se golpeara la cabeza.

El cuerpo femenino encajó muy rápido en los brazos firmes; y asombrados, Calioppe y Nick se miraron por muy… muy largos segundos, como si el mundo a su alrededor hubiese detenido su curso y no supieran lo que el caprichoso destino ya les tenía guardado para el futuro.

La mirada de Calioppe brilló de inesperada e inocente atracción, y sin poder evitarlo, la deslizó hacia abajo. El cuerpo que la sostenía no solo parecía medir dos cabezas más que ella y doblarla en peso, sino que estaba a medio vestir de la parte de arriba.

Por su parte, Nick no se sintió muy distinto, y en seguida, se mostró hechizado por ese par de joyas azules y cabello dorado. No era frecuente que le pasara algo así, y sí, había sido seducido por cientos de mujeres a lo largo de su vida, pero entre lo voluptuoso y lo estándar, esa mujer no era ni la mitad.

¡Tenía el peso de una gallina… además de parecer una! Pensó, negando. ¿Y eso a él qué puñetero carajos le importaba?

Los dos cuerpos se tensaron frente a los absurdos pensamiento, y en eso, tocaron bruscamente la puerta.

Calioppe fue la primera en reaccionar y saltó como un resorte fuerza de los brazos grandes y fieros, llevándose consigo el repentino cosquilleo que le había provocado el contacto en cada poro de su piel.

— ¡Sé que estás allí, Calioppe, abre la puerta! — la voz de su prometido se escuchó como un trueno en una noche de tormenta.

— ¡Calioppe! — ese era su hermano, y de repente, todo en ella hizo click.

¡M4ldito Marcelo! ¡Quería inculparla!

— No, no, no — dijo, caminando de un lado a otro, pensando. Su pecho subía y bajaba.

Entonces miró a la ventana… y una muy muy mala idea cruzó por su cabeza.

Era su única salida.

Nicholas la miró andar hasta el balcón sin comprender qué diablos estaba sucediendo allí ni porque la puerta parecía que se vendría abajo en cualquier segundo.

— ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Te has vuelto completamente loca? — preguntó con los ojos abiertos al descubrir que era lo que esa mujer pretendía.

— ¡Necesito salir de aquí!

— ¡Sí, pero no volando! ¡Estás desde un quinto piso!

— ¡Puedo… puedo hacerlo! — trató de convencerse a sí misma.

Los golpeteos en la puerta no cesaban, y el nombre de Calioppe se escuchaba furiosísimo en los labios de su hermano.

Calioppe tomó una profunda bocanada de aliento y se aferró a los bordes de la ventana antes de subirse. No era muy fan de las alturas, ni siquiera un poco… en realidad las odiaba, y por eso, cuando miró hacia abajo y comprobó que realmente estaba desde un quinto piso, sus rodillas se aflojaron y un mareo la sacudió, debilitando por completo su cuerpo.

Alterado, Nick se mesó el cabello y maldijo por lo bajo. ¡Estaba loca! ¡No, loca y un cuarto! Y tan pronto vio que el cuerpo escuálido se aflojaba hacia adelante, no tuvo tiempo de reaccionar de otra forma… por segunda vez, y la tomó firme de la cintura antes de bajarla y pegarla a él.

— Te tengo — murmuró contra el de repente apetecible cuello femenino.

Calioppe aguantó la respiración, y no precisamente porque el hombre la había salvado de una desastrosa caída, sino por el salvaje animal que se le restregaba erecto contra sus pequeñas nalgas.

La puerta se abrió.

— ¿Ves? ¡Te lo dije! ¡Te dije que tu hermana tenía un amante! — la acusadora voz de Marcelo hizo que Nick y Calioppe se separaran de un salto… y se mirasen muy consciente de la comprometedora situación en la que los habían pillado.

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