Capítulo 88. No vale la pena
Isabella despierta aturdida. Su cabeza late con un zumbido sordo que se amplifica con cada intento de abrir los ojos. El cuerpo entero le duele: desde las piernas hasta la cabeza, como si hubiera corrido durante horas o como si hubiese sido arrollada por una ola de emociones intensas. Lo cual, en cierto modo, no está tan alejado de la realidad.
Parpadea unas cuantas veces hasta que logra enfocar. La luz tenue del despacho le resulta familiar, y el olor a cuero y café le confirma lo evidente: está en la oficina de su esposo. Se incorpora con dificultad y, al girar la cabeza, lo ve.
Benedict está sentado en la silla frente a ella, con una taza de café entre las manos, mirándola fijamente como si no le hubiese quitado los ojos de encima en toda la noche. Su presencia la estremece.
Ella reacciona de inmediato: el rubor le inunda las mejillas, su piel arde. Los recuerdos llegan fragmentados: su cuerpo entregado, sus susurros, los besos, su nombre saliendo de su garganta en medio de un clím