Nuria guarda silencio por unos segundos, su sonrisa se desvanece poco a poco como la espuma en un vaso de champán. Mira a Alessia con recelo, midiendo sus intenciones. La repentina propuesta de ayuda la pone en alerta.

—¿Cómo sé que no estás con ella? —pregunta con voz tensa—. ¿Y que no estás tratando de incriminarme para que me echen de la empresa? Es muy sospechoso que alguien “como usted” aparezca de repente diciendo que va a ayudarme.

Alessia se limita a sonreír con un aire indolente, como si la acusación no la tocara ni de cerca. Da un par de pasos, acercándose al lavamanos con toda la elegancia de quien está acostumbrada a tener el control.

—Yo tengo mis propios intereses —dice sin apartar los ojos de Nuria—. Y esa mujer me estorba. Pero si no quieres mi ayuda, lo entenderé. Tampoco me gusta perder el tiempo con alguien que no sabe jugar sus cartas. Haré lo mío a mi manera.

Hace una breve pausa; sus palabras están impregnadas de veneno dulce, de ese que embriaga antes de matar.