Alessia almuerza en un bar de mala muerte a las afueras de la ciudad. El lugar es oscuro, huele a grasa rancia y las voces se apagan entre el sonido de cubiertos. Está sola en una mesa del fondo, con un plato a medio terminar frente a ella. Mientras juega distraídamente con el cuchillo, su celular vibra sobre la mesa. Lo desbloquea al instante. Es un mensaje del hombre que contrató para obtener información sobre Bella y Benedict.
Sus ojos recorren las líneas del texto. En cuestión de segundos, su rostro se transforma. La expresión se endurece, la mirada se vuelve sombría. Aprieta el cuchillo que tiene en la mano, tan fuerte que el filo se incrusta en su palma. La sangre comienza a brotar, goteando sobre el mantel manchado.
Una joven empleada se le acerca, con voz temblorosa.