—Si tu intención al acercarte es hacerme caer de nuevo —dice Bella con voz firme—, te pido que desistas, por favor. No pretendo ser la amante de nadie y tampoco voy a permitir que me humillen como antes.
Benedict la observa con atención, sin interrumpirla. Sus ojos recorren cada uno de sus gestos, cada línea de su rostro, como si buscara alguna fisura que le permitiera entrar.
—Antes me dijiste que no me odiabas —dice él con serenidad, aunque su mirada delata una sombra de dolor—. Pero ahora, con todo lo que acabas de decirme, creo que no es del todo cierto.
—No te odio, Benedict. Pero tampoco puedes pretender que, después de todo lo que pasó, de todo lo que viví a tu lado, de la razón por la que me fui, simplemente lo