—¿Amiga? —pregunta Bella al ver a Megan en la oscuridad, tumbada sobre la cama, con el rostro hundido en la almohada.
—No pasa nada, solo tengo un dolor de cabeza repentino —responde Megan sin pensar demasiado. Su voz es débil, desprovista de toda su energía habitual—. Me daré una ducha y estaré bien.
Se incorpora con lentitud. Bella observa que su rostro está demacrado, pálido, con los ojos hinchados. No estaba así cuando se vieron en la empresa hace una hora.
—¿Quieres que te traiga un analgésico?
—No, ya tomé uno. Se me está pasando —insiste Megan, y sin darle oportunidad a decir más, entra al sanitario y cierra la puerta.