Mi cerebro da vueltas. Los besos de Clint tienen ese efecto en mí. Tardo un momento en volver a la realidad y, cuando lo hago, me doy cuenta de que todo el restaurante se ha quedado en silencio. Miro a mi alrededor y veo que todo el mundo, y me refiero a todo el restaurante, ha dejado de comer y nos está mirando.
Mis mejillas se calientan por el rubor. Me ha reclamado. Me ha reclamado delante de un restaurante lleno de miembros de la manada. Vuelvo a mirarlo y no me quita los ojos de encima. No le importa quién nos esté mirando.
“¿Me escuchaste, Lily? Eres mía. ¿Quieres que se lo grite a todos los presentes?”.
Empieza a tomar aire. “¡NO!”. Le pongo los dedos en los labios. “No”, lo repito con más calma y me besa los dedos.
Retira mis dedos de sus labios y se inclina para volver a besarme suavemente los labios. “¿Lista para irnos, entonces?”.
Solo puedo asentir.
Me agarra de la mano, se acerca a la camarera, que parece tan sorprendida como los demás, y le devuelve la cuenta con al