Una semana después, luego de estar seguros de que estaban a salvo, Ángelo y Gabriel salieron a su oficina en la ciudad, ya no había riesgo, por lo que podían volver a su rutina normal, aun así, Alec los acompañó con otro de sus hombres.
David estaba tomando desayuno cuando Ángela bajó y José estaba en el despacho, con unos trabajos que le había pedido Ángelo.
―Hola, enana, ¿cómo amaneciste?
―Parece que solo pestañeé y ya había amanecido.
―¿No descansaste?
―No sé, solo sé que cerré los ojos y cuando los abrí ya estaba claro, igual no me siento cansada.
―Al menos eso es bueno, dormiste profundamente.
―¿Y tú?
―Yo bien, acabo de despertar.
―¿Qué vas a hacer ahora que estás libre?
―Pensaba llevarte a ver mi galerí