- Buen día, Arabella -la despertó Gwyneviere dulcemente-. Arriba.
Gwyneviere besó su frente y se dirigió a la mesa.
Recién amanecía y Gwyneviere había recibido un cuervo, con indicaciones de un nuevo trabajo. El mensaje provenía del Alto Concejo de Hechiceras, que había mudado su cede a Emyrddrin, como en el origen de los tiempos de la magia. No regresarían a la Ciudadela, y menos con el Nigromante como rey.
Arabella se desperezó y se incorporó en la cama. Gwyneviere la esperaba sentada a la mesa, con el desayuno preparado.
- Vamos, dormilona. El desayuno está servido. Mamá tiene que trabajar -le dijo.
Arabella se levantó de un salto y se sentó a la mesa. Comenzó a observar qué era lo que podía agarrar primero.
- ¿Iré a la casa de los abuelos? -preguntó tomando una rodaja de pan.
- Si, pero comerás un poco de todo antes. Sabes que el desayuno no es sólo pan.
Arabella revoleó los ojos y sonrió, sirviéndose en su plato to