No sabía que era lo que había hecho ceder a mi esposo, pero, claramente estaba contenta al ver que no tenía que subir a un aparato que seguramente iba a matarme y más calmada me sentía al estar acompañada de la versión más tranquila que he visto de mi esposo.
Llegamos al yate y cuando estoy por subir, uno de sus hombres me extiende la mano, para subir al yate y no caerme por perder el equilibrio. Pero. cuando estoy por tomarla, un gruñido hace que los dos nos detengamos. — No te he dado permiso para que toques a mi esposa — dice Helmut y el chico de inmediato, aleja su mano con miedo. — Lo siento, señor — dice el chico, alejándose de mí. — Iba a ayudarme a subir. — ¿Tienes un problema en las piernas? Porque yo te veo muy bien, para que tengas que recibir ayuda para subir a un simple yate. — Dice Helmut s