Alejandro llegó a la cabaña, tenía en su rostro un semblante duro.
—¿Dónde está?
—Encerrada en la habitación principal.
—Vete, llévate a los demás y mata a los ineptos que perdieron de vista al escuincle.
—¿Se quedará solo?
—No los necesito.
—Pero señor... —Alejandro alzó la voz.
—Largo, no te necesito y tampoco a esos buenos para nada. —Los hombres de Alejandro se marcharon en dos camionetas.
Alejandro fue a su auto y sacó de la valija un recipiente de combustible, con absoluta calma regresó a la cabaña, no tenía prisa, en su mente ya lo tenía planeado, él sabía perfectamente lo que deseaba hacer, y sabía cómo terminaría todo.