Por más que quiso arrugar el ceño, no pudo, tenía un feo dolor que le impedía incluso mover las cejas.
El hombre estaba paralizado y le miraba con horror.
—No fuiste al trabajo y me preocupé —dijo él, un tanto consternado por el golpe que tenía en la cara—. ¿Quién…? —Intentó preguntar, pero estaba sorprendido por lo que veía.
—¿Quién me golpeó? —preguntó ella y se cruzó de brazos para recostarse en el marco de la puerta—. Usted. —Le miró con gracia. Él se tocó el pecho con una mano y le miró con grandes ojos—. Me metió su zapato hasta la garganta y me comí toda la tierra de su suela.
—Dios mío, Margarita. Lo siento muchísimo —respondió él sintiéndose terrible con lo que veía.
—Sí —respondió divertida, pero luego agregó—: no se preocupe, la verdad es que me lo merecía. —Lucca le miró confundido—. La verdad es que yo lo intuía —corrigió con las mejillas rojas y se metió al departamento, dejándole el paso libre a él.
El hombre no dudó en entrar y cerrar la puerta tras él.
—Estaba preocup