Leila abrió los ojos y vio el blanco del techo, sabía dónde estaba, era consciente de todo; lo había perdido, su amigo, su esposo, el hombre que tanto amaba, pero de algo estaba segura, su amor solo moriría el día que ella dejara de respirar.
— Al fin despiertas, me tenías preocupado. — Leila giro su rostro al reconocer esa voz, tan profunda, tan familiar.
— ¿Farid? — dijo en un susurro cargado de sorpresa y confusión, mientras sus ojos se empañaban con las lágrimas, impidiéndole ver con claridad a aquel hombre que estaba de pie al lado de las ventanas.
— Aquí estoy amor, no sabes lo preocupado que me tenías. — Leila se sentó en la cama del hospital y con el dorso de su mano quitó las molestas lágrimas, ¿acaso la locura la había alcanzado?
— ¿Farid? — volvió a pre