5 Lo prometiste.

Leila despertó temprano, aún más que Farid, y como sucedía hacía tres años, se encontró rodeada por los musculosos brazos de su esposo, a pesar de que ambos usaban pijamas, la joven sentía ese contacto arder en su piel, eso era lo más cerca que llegaría a estar de su esposo, ya lo había aceptado, Farid amaba a un hombre y ella se conformaría con verlo feliz. Leila esperaba todo el día la llegada de su esposo, para poder besas sus manos, algo que en su cultura representaba lo mucho que se respetaba a esa persona y cuanto se la quería, no se besaban las manos de cualquiera, Leila beso las manos de su suegro el día que Marwan la llamo hija por primera vez, mostrando su respeto y cariño, también había besado las manos de su madre en repetidas ocasiones mientras esta vivía, demostrándole todo el amor que le tenía, nunca beso las manos de Zayane, su suegra nunca se lo permitió, como tampoco la llamo hija, ya no la trataba tan mal, pero seguía sin aceptarla por completo, pero las manos de su esposo, eso era otra cosa, Leila las besaba todos los días, primero fue por respeto, pero al poco tiempo se enamoró perdidamente de él, su forma de ser, como era tan dulce con ella y siempre le regalaba una sonrisa, solo a ella, porque cuando Farid debía tomar una decisión o había algún problema en la tribu, él cambiaba totalmente, su seriedad y frialdad helaban la sangre, muchas veces Marwan le pedía a Leila que lo acompañara, cuando las cosas iban a ser complicada, solo la joven lo podía hacer mantener la calma con su sola presencia, parecía que Farid no quisiera asustar a su esposa ni con su tono de voz, ya que para la joven siempre tenía un tono de voz suave y cariñoso, ¿Cómo no iba a enamorarse de él? Era imposible, Leila suspiro y salió de aquel refugio, bajo e hizo el desayuno, las empleadas reían con las travesuras que la joven de 18 años hacia y los custodios disfrutaban de su canto, parecía que la suerte había estado del lado del Jeque Khattab, su esposa era excepcional, tenía belleza, desde el cabello, hasta los pies, una voz inigualable, su alegría era contagiosa y parecía inagotable, los empleados la habían visto llorar dos veces desde su llegada a la mansión, una por la muerte de su madre Misha y otra el día que Farid discutió con su madre Zayane por defender a la joven, después de eso jamás la vieron derramar una sola lagrima, también recordaban que en esos tres años, solo una vez la vieron enojada,  el día que su padre fue a preguntar por ella, como dictan las costumbres se lo recibió, jamás se le podía impedir la entrada a un visitante, aun a los enemigos, Leila no pidió ni agua para su padre y tampoco lo hizo pasar al jardín, solo se quedaron de pie a unos pocos pasos de la entrada, donde Leila esperaba a su esposo regresar del trabajo.

— Veo que la suerte te sonrió, incluso más de lo que merecías. — dijo Said, mientras sus ojos recorrían de pie a cabeza a su hija.

— Mi esposo dice que merezco aún más, ¿a quién debería de creerle? — rebatió acerando su mirada, sabiendo que para las mujeres una vez que se casan solo deben obedecer a su marido, así era la costumbre, ya no le debía respeto a su padre, ya no le temía.

— Siempre supe que eras una serpiente en espera de morder a quien te cuido y alimento, deberías de ser considerada, tu hermano y yo estamos solos, tu madre murió y no hay nadie que se ocupe de la casa. — Said parecía haber olvidado donde se encontraba, el enojo no lo deja ver, él había pensado que tendría muchos privilegios una vez su hija se casara con el Jeque, pero no fue así, dio un paso adelante apuntando con un dedo a Leila, en el momento que Zayane quedaba en la puerta de la cocina, viendo y escuchado lo que sucedía.

— ¿Crees que el lugar de la esposa del Jeque es lavando la ropa? ¿Crees que mi lugar es cocinar para ti y tu hijo? ¿acaso te olvidas con quien estás hablando Said? — Zayane se maravilló al oír aquello, Leila sabía muy bien que tan importante era en la tribu, y si se ocupaba de los quehaceres en la mansión Khattab, no era por no saber quién era, sino porque era su forma de demostrar su amor, un amor que no tenía hacia su padre.

— Envía a algunas de las empleadas, o comparte tu dinero con nosotros, ya sé que el Jeque Farid te da mucho dinero que tu solo dejas acumulado en el banco, no seas una ingrata y mala hija.

— ¿Ingrata? ¿mala hija? Dime ¿cómo debería agradecer a mi padre por las marcas de mi espalda? demasiada consideración te he tenido en pedirle a mi esposo que no tome tu vida por haber marcado a su esposa, mejor vete por donde viniste Said, porque nuestro parentesco termino el día que mi madre murió. — dijo aquellas palabras sin un ápice de remordimiento, mientras chocaba y sacudía sus manos, como si estuviera limpiándoselas, una señal que en su pueblo demostraba rompimiento de cualquier lazo o parentesco.

— ¡Tu pequeña Ingrata! — dijo el hombre a punto de golpearla, pero se encontró con dos custodios que lo sometieron de inmediato, no solo porque era su deber, ellos querían y respetaban a la esposa de su Jeque, la apreciaban incluso más que al mismo Farid.

— Saquen a este hombre de mi vista, es un extraño en esta casa.

Zayane sonrió feliz, su nuera sabia como defenderse, podía estar tranquila, Leila había traído a su hogar alegría, valentía, perseverancia y amor. Ese fue el único día que Leila se mostró enojada y su esposo como siempre la lleno de flores y palabras hermosas, hasta que volvió a reír.

Una vez que su esposo y sus suegros estuvieron en la mesa, Leila con ayuda de Antara sirvieron el desayuno, que como siempre Leila había preparado, cuando la joven se sentó al lado de su esposo, Farid pudo ver que tenía un pequeño corte en su dedo mayor.

— Pequeña, te has cortado. — dijo con afecto mientras tomaba su mano y miraba de cerca la herida, ese contacto era suficiente para que la joven suspirara llena de amor.

— No es nada, sanara rápido. — aun con sus palabras Farid camino hasta la cocina y saco una bandita del botiquín, la cual coloco en el dedo de Leila, para luego acunar su pequeño rostro entre sus grandes manos.

— Ahora si sanara rápido, trata de ser más cuidadosa, no sabría que hacer sin ti. — dijo mirándola a los ojos para luego besar su frente, incluso Zayane sintió celos de su nuera y miro Marwan haciendo ver su silencioso reclamo.

— Es mucho el amor que estos jóvenes se profesan, creo que ya es hora de que el amor sea demostrado. — dijo el mayor mientras bebía su té.

— Con respecto a eso. — comenzó a decir Farid y sus padres se tensaron, ya habían pasado tres años desde su casamiento y la falta de un nuevo Khattab estaba siendo motivo de burlas en otras tribus vecinas.

— ¿Qué con eso? — dijo Zayane clavando sus ojos en Leila, para la mujer la demora de un nieto era culpa de la joven.

— Leila recibió su diploma ayer y cumplió 18 años hace un mes, por lo que decidimos que ya es hora de tener a nuestro primer hijo.

No solo sus padres se alegraron con aquella noticia, también lo hizo toda la tribu, más la empleada Antara, ella era la que se encargaba de muchas cosas en la mansión, tantas que tenía dudas de lo que realmente era ese matrimonio, jamás vio a Leila ir al ginecólogo, o tomar píldoras para no quedar embarazada, tampoco encontraba rastro de cualquier otro método anticonceptivo cuando aseaba la habitación, pero lo que más la preocupaba es que las sabana, siempre estaban limpias, Antara tenía muchos años y sabía muy bien cómo se veían las sábanas de los amantes, y definitivamente en esa alcoba no sucedía nada de eso, pero jamás diría algo que pudiera poner en aprietos a su joven Jeque de apenas 23 años y mucho menos a la señora Leila.

Fue así como la pareja partió con la excusa de tomarse unos días de descanso en la ciudad, aunque lo que en realidad iban hacer, era dirigirse a una clínica para la inseminación, Leila estaba feliz, aún más que el día de su boda, pronto cargaría y daría a luz al hijo del hombre que amaba.

— Mi pequeña Leila, ¿quieres algo? — pregunto Farid antes de pagar el combustible en la última parada que hicieron antes de llegar a la ciudad ya que habían decidido hacer el viaje por carretera.

— No, no quiero nada esposo, gracias por preguntar. — Farid le sonrió y luego negó con la cabeza.

— Extrañare eso. — respondió su esposo dejándola confundida, subió en la camioneta, y Leila lo siguió, luego de colocarse el cinturón de seguridad lo miro con la intriga en los ojos, se conocían tan bien, que muchas veces no hacían falta las palabras entre ellos.

— ¿Qué? — dijo Farid emprendiendo el viaje nuevamente por carretera.

— ¿Qué es lo que extrañaras Farid?

— Que no pides nada, nunca pides nada, pequeña Leila. — Farid volvió a sonreír mientras lo decía.

— ¿Y por qué lo extrañaras?

— Porque las mujeres cuando están embarazadas tienen antojos, o eso dicen, por lo tanto, mi pequeña Leila, prométeme que cuando mi semilla comience a crecer en tu vientre no te contendrás y me dirás todo lo que quieres comer, no temas en pedir todo lo que desees, sin importar la hora, no queremos que nuestro hijo sufra por no poder comer algo. — el corazón de Leila bombeaba con fuerza, ella podía imaginar que tan buen padre seria Farid.

— Nuestro hijo jamás sufrirá, y si es una niña tampoco ¿verdad Farid? — dijo con firmeza, pero en la última parte la duda llego a clavarse como una espina en su corazón, la vida de las mujeres, incluso las hijas de los Jeques no serían jamás como la de los hombres, nunca tendrían la libertad de elegir, Farid levantó una ceja y la vio con seriedad.

— Si es una niña, no permitiremos que la tradición la alcance, nuestra hija no será moneda de cambio con ninguna tribu, ella se casara con quien quiera, lo juro Leila.

— Que así sea. — la joven respiro con alivio, en ese momento Leila vio que su esposo no tenía puesto el cinturón de seguridad, nunca lo usaba, decía que arrugaba su ropa.

— El cinturón Farid. — dijo a modo de regaño y su esposo le sonrió.

Farid quito una mano del volante para tomar el cinturón, pero entonces una luz los encandilo, una camioneta que se había pasado a su carril, Farid trato de maniobrar, mientras Leila dejaba salir un grito de terror, Farid perdió la estabilidad del vehículo, comenzaron a dar vuelcos, Leila vio con horror como Farid salía despedido y dos tumbos más, el automóvil al fin se detuvo, quedando con las ruedas hacia arriba y Leila colgando gracias al cinturón de seguridad.

— ¡FARID! ¡FARID! — gritaba con desesperó, tratando en vano de liberarse del cinturón de seguridad que la mantenía prisionera en aquella caja de fierros retorcidos.

Siguió gritando al tiempo que al fin se soltaba, cayendo y golpeado su cabeza contra algo duro, por un momento vio doble, pero aun así salió de allí, sentía sus rodillas ser cortadas por los cristales rotos, al igual que las palmas de sus manos, levanto la cabeza y vio como Farid se arrastraba sobre el concreto, cubierto de sangre, estaba tratando de llegar a ella, se apresuró a ir a su lado para que él no siguiera esforzándose.

— ¡FARID! ¡FARID!

Su nombre era lo único que podía repetir, su cuerpo temblaba tanto que no se podía mantener en pie, por lo que gateo hasta llegar a su esposo, quien vio sus ojos fijamente.

Farid sabía que no lo lograría, sentía como su vida se iba con cada gota de sangre que salía de su cuerpo y anqué le hubiera gustado ver el rostro de su amado Rafid pasar por su mente una sola vez antes de morir, él lo único que podía hacer era ver los grandes y hermosos ojos color caramelo de su esposa, la joven que lo salvo, y a quien él salvo, su mejor amiga, su confidente, el fin había llegado, Farid lo sabía y lo único que le importaba era que su esposa quedaría sola.

— Farid…

— Mi…pequeña…Leila. — Farid levanto su mano y toco su mejilla, pidiéndole que se acercara, y así lo hizo, Leila obedeció a su marido y llevo sus frente a los labios de Farid, quien dejo un beso en ella, manchándola de sangre.

— Gracias…por ser…mi esposa. — la mano de Farid dejo de tocar su mejilla y simplemente cayó, al tiempo que él cerraba sus ojos.

— ¡FARID! ¡FRAID! ¡NO PUEDES IRTE SIN MI! ¡ME LO PROMETISTE! ¡TU Y YO, JUNTOS! ¡FARID, ABRE TUS OJOS! ¡FARID! — sus gritos rompieron la tranquilidad de la noche, su garganta dolía, pero más dolía su corazón, sentía que con cada respiro que daba este se rasgaba un poco más.

Leila no fue consciente en qué momento estuvo rodeada de personas, lo único que supo es que los médicos la arrastraban lejos de su esposo, ese hombre que la salvo, y a quien ella amaba con toda su alma, el hombre que durmió a su lado por tres años y la respeto más que cualquier persona lo hizo en toda su vida, su esposo, su Farid, quedaba tendido en el frio asfalto y como si la oscuridad de la noche no fuera suficiente, vio como el cuerpo del hombre que amaba era cubierto por una manta, Farid Khattab había muerto.

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