Capítulo 4: Atracción

CAMERON

Apenas cortar la llamada, sentí unos serenos ojos acusadores sobre mí y, apenas voltear, le di una sonrisa a mi buen Tom, mi mano derecha por todos estos años, que no parecía estar del todo de acuerdo con mi decisión.

—¿Pasa algo, Tom?

Sin embargo, tan pronto como él pensó en contestar, mi celular volvió a sonar.

—¿Hola? ¿Qué pa…?

—¿En qué aeropuerto estás?

Una sonrisa pintó mis labios.

—En el internacional de San Francisco. Estás cerca —dije sin más.

—Perfecto, gracias.

Ella colgó y yo resoplé.

Dejé el celular de lado y mire al fiel jefe de mi Guardia Real.

—Entonces, Tom, ¿qué pasa? ¿Tienes algo que decir al respecto?

Él respiró hondo y asintió con la cabeza.

—Creo que no debería llevar a una persona que desconoce nuestras tradiciones y cultura, sin mencionar su nivel de estudios y que no lo conoce, solo porque quiere desafiar los deseos de su familia, Su Majestad.

Eché la cabeza hacia atrás, y no pude evitar fijarme en el resto de mis muchachos, cuyas miradas parecían decir que pensaban lo mismo, y resoplé.

—Mentiría si dijera que no lo hago un poco por eso, quizás por ansiedad, pero… ¿Por qué no? ¿Para qué contrataría a una persona que me tratará como si yo fuese de seda o de cartón? No me gusta trabajar con personas así, creo que lo saben bien, y también conocen mi posición.

Los miré a todos, regados en sus puestos de custodia alrededor del cuarto, y terminé en Thomas.

—Revisamos los antecedentes de la chica, señor, y la verdad es que sus credenciales y familia no son…

—¿Aceptables para la realeza?

Tom tragó, pero asintió con la cabeza.

—Así es, Su Majestad.

—No me importa, Tom, eso ya lo sabes bien. Gia tiene algo que no sé cómo explicar, pero que me atrajo desde la primera vez que la vi.

—¿Atracción, Su Majestad? —inquirió el castaño, mirándome con ojos puntillosos.

—Atracción, Tom. La atracción no siempre es romántica, sentimental o se.xual… simplemente puede ser su personalidad. Alguien que no considere que soy un cuadro intocable y me trate como una persona me vendría bien.

La impresión pintó sus ojos y bajó la cara. No dijo nada más y se alejó, y supe que había dado en el clavo.

El problema cuando eras el Rey, era que ya nadie te trataba igual, y estaba harto de eso.

En medio de esa habitación VIP en el aeropuerto, conté los minutos hasta que pasó una hora, y me pregunté si Gia trataría de meter toda su vida dentro de una maleta, o se lo tomaría con calma.

—De seguro será lo primero… —murmuré y tomé mi e-book para leer mientras esperaba a que llegara el momento de partir.

Unos treinta minutos más tarde, miré a Dónovan, pelirrojo con corte militar, y le ordené.

—Don, ve hacia el área de migración y espera por la señorita Gia, por favor. Mark. —Miré a un calvo alto, que enseguida se paró firme—. ¿Cómo va el asunto con la embajada?

—El embajador ha firmado un permiso especial, Su Majestad. Un delegado está de camino para entregarlo, no debe tardar.

—Perfecto. Ve a ocuparte de eso, por favor. Estoy bien custodiado aquí.

—A la orden, Majestad.

Don y Mark se fueron, y solo quedaron tres en la sala.

—Es inevitable que esto llegue a oídos de la Reina y de los Duques, por lo que les pido que se preparen. Será la primera vez en mucho tiempo que una extranjera entre a nuestras tierras para más que una visita y turismo.

Me eché hacia adelante y tomé una botella de agua medio llena que allí se encontraba.

—Espero de ustedes que cuiden de ella tanto como lo hacen conmigo, ¿entendido?

Los tres se pararon firmes, con las manos a los lados, y exclamaron al unísono:

—¡Sí, Su Majestad!

Sabía que me estaba metiendo en camisa de once varas, pero… ¿y qué?

La vida existía para vivirla, se merecía eso. Encerrado en mi pequeño gran mundo, solo presto al servicio sin pensar ni un poco en nada más. Mi gente me quería, sí, pero, ¿eso me daba felicidad?

Para nada.

Cerré los ojos por unos segundos al sentir un mareo embargarme y, para cuando los abrí, la puerta de la sala se abrió, y un rostro que apenas vi una noche, pero que conocía bien, me recibió con curiosidad e inquietud a partes iguales.

—Majestad, la señorita Adelaide —habló Don.

La miré a ella, que poseía unos brillantes ojos aguamarina que nunca había visto antes, y una vivacidad impresionante, y suspiré.

A pesar de ser consciente de su hoja de vida, de sus trabajos como camarera, jardinera, niñera y tutora, de que no se graduó de la mejor escuela, y de que tenía muchos defectos, sin mencionar que no estaba preparada para el trabajo para el que, en la superficie, la necesitaba, bueno…

Fueron esos ojos, su convicción, su valía y su trato, lo que me inspiraron a llevarla a mi lado.

—Gia, qué bueno verte de nuevo —saludé y me levanté.

Ella me quedó viendo con sus enormes ojos, como a la expectativa y queriendo decir algo, pero las palabras no le salían.

De repente, la puerta volvió a abrirse, y Mark entró con un sobre en la mano.

—Majestad, conseguí el permiso. —Alzó el sobre y se adelantó para dármelo.

Lo abrí y revisé de un vistazo, caminé hasta donde la rubia se encontraba y se lo extendí.

—Señorita Gia, este es su permiso de trabajo. Le permitirá entrar y trabajar en Hiraeth hasta que legalice todos sus papeles.

Ella arrugó el cejo, lo tomó escudriñó.

—Esto… tiene mis datos de identidad. ¿Cómo demonios obtuviste eso? —clamó molesta y me miró con ojos puntiagudos.

Mis escoltas parecieron molestarse por cómo me habló, pero permanecieron quietos. Para ser sincero, a mí me encantaba.

—Hablé con unos amigos del gobierno tan pronto como te ofrecí trabajo, pues necesitaba saber quién eras. Creo que es muy normal.

La vi profundizar su cejo fruncido, pero no dijo nada y solo resopló.

—Bien… entonces, ¿cuál es tu oferta? Ni creas que me voy a subir en ese avión sin tener un contrato firmado. Quién sabe si lo que quieres es engatusarme, secuestrarme y mantenerme cautiva en la torre de uno de tus palacios.

Solté la risa sin poder evitarlo, y me llevé una mano a la boca para matizarlo. Ella era tan… interesante y divertida, nada parecida a ninguna mujer que hubiese conocido antes.

—Bien… tenemos unos veinte minutos para eso, creo —murmuré y miré alrededor—. Tom —llamé al fiel jefe de mi Guardia—, tráeme papel y pluma, por favor. La señorita y yo discutiremos los términos de su contrato.

Él me vio sorprendido, pero asintió y salió.

Caminé de regreso al sofá y le hice una seña para que se acercara y se sentara a mi lado.

Con ciertas dudas, lo hizo, aunque al otro extremo del mueble.

—Bien, Gia, ¿qué esperas de este trabajo? ¿Qué crees que harás?

Me recosté del respaldo y solo la miré.

En sus ojos, miles de posibilidades aparecieron, y contestó con calma:

—Organizar tu agenda, supongo… hacer papeleo, lo normal que hace una asistente.

Negué con la cabeza.

—Para nada, querida Gia… esto va mucho más allá.

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