Capítulo 4

Dmitry Sokolov.

—¿Quién carajos es el que se está metiendo en mi territorio? —pregunto a través de la línea. 

—Son los alemanes, señor.

—Malditos alemanes. ¡Quiero que me traigan a Anton justo ahora! Le recordaré con quién se está metiendo —espeto, furioso. 

Cuelgo la llamada y lanzo el teléfono al escritorio. 

Desde hace un tiempo he visto que mi mercancía se ha visto afectada por culpa de sus hombres. No puedo dejar que esta situación se me escape de las manos. Piensa que puede venir e invadir el territorio con más demanda de drogas en toda Rusia; quiere quitarme a mis clientes y está jodido si cree que lo dejaré. 

Sé que ellos no me fallarán, el producto que vendo es de excelente calidad y no arriesgaran su negocio solo por un aficionado que supone que es mejor que yo. Le enseñaré de qué estoy hecho a ver si así se baja de su nube de algodón. 

Toda mi vida he estado rodeado de los mafiosos más grandes del país. Mi padre me dejó su legado y desde entonces aprendí a valerme por mí mismo y superarme cada vez más. En este mundo sobra la competencia, así que debes buscar la forma de sobresalir más que los demás; y esto es lo que he hecho desde que tomé el mando. 

Me conocen como El Dios de la oscuridad porque no tengo ningún tipo de escrúpulos a la hora de tomar la justicia con mis propias manos. Nadie se mete conmigo porque saben lo que soy capaz de hacer. Mis hombres me respetan y siempre están dispuestos a hacer lo que sea por mantenerme satisfecho. 

La última vez que un imbécil se metió conmigo estalló la guerra en todo el país; acabé con toda su familia y me adueñé de su imperio. Desde entonces, nadie ha osado a meterse conmigo, pero la nueva generación está deseosa de adquirir más poder, lo que no saben es que para llegar hasta donde estoy tienen que asesinarme y eso nunca pasará. 

Llego a casa y lo primero que hago es llamar a Mijaíl. 

—Dmitry… —saluda. 

—Mijaíl necesito que prepares todo para darle una lección a alguien… 

—¿A muerte? 

—No, solo una advertencia.

—Dame 15 minutos y estará listo. 

—Perfecto. 

Cuelgo la llamada y de pronto escucho: 

—¿Problemas en el paraíso, cariño? —veo a mi hermosa esposa acercarse a mí con una sonrisa en el rostro. 

—Sí, ya sabes cómo es esto, pequeña… —respondo abrazándola. 

Me da un beso suave y me quita el saco. 

—Tienes que dejar de trabajar tanto, deberíamos irnos de vacaciones por un tiempo y dejar este mundo. Cada vez que sales me quedo con la zozobra de si regresaras con bien o no. 

—Ya hemos hablado de esto unas mil veces Alexandra. No vuelvas con lo mismo. 

Todo estaba muy bien hasta que ella mencionó esto. Siempre es la misma m****a con ella, quiere que deje el negocio por lo que tanto luché y que haga a un lado el legado de mi padre, solo por cumplir sus caprichos. Cada vez que tiene oportunidad me lo dice y no entiendo por qué lo hace. Es como si me quisiera ver destruido.

—Lo sé, cariño, es solo que me gustaría pasar más tiempo contigo. Además, quiero tener hijos y que los veamos corretear por la casa sin todos esos hombres armados. 

Bufo con exasperación. Cuando no son los negocios, son los hijos. ¡Por Dios! Las mujeres suelen ser insistentes con este tema. No quiero tener hijos por una simple razón: tengo muchos enemigos que buscarán atacarme por mi eslabón débil y si tengo un pequeño, él lo será. 

—Alexandra… 

Observo como su rostro cambia y su mirada se torna triste. 

—Lo siento… —comenta inclinando la cabeza.

—Ven y dame de comer, tengo hambre. 

Nos dirigimos a la cocina y ella pone la comida en la mesa. Nos sentamos y comenzamos a comer sin gesticular una palabra. La veo que no prueba casi bocado y le ordeno: 

—Come.

Levanta la mirada y la fija en mí. Sonríe tímidamente y comenta:

—No tengo mucho apetito. 

—¡No mientas! —golpeo la mesa—. No entiendo por qué sacas estos temas cuando sabes que me ofuscan y me molestan. No tendremos hijos y tampoco dejaré mi negocio solo por ti, grábatelo. Antes de casarnos te lo dejé claro y aun así accediste, ¿pensaste que me harías cambiar de parecer? 

No dice nada, mantiene su cabeza baja y me ignora. 

—Mírame, te estoy preguntando algo, ¡responde! 

—Y-yo… Lo siento no volverá a ocurrir… 

Trato de calmarme y suavizar el tono de voz. No vale la pena molestarme con ella por esto.

—Eso espero, no quiero que discutamos por estas tonterías, ahora come. 

Asiente y comienza a probar bocado. Terminamos de cenar y subo a cambiarme de ropa. Cuando estoy saliendo de la habitación recibo la llamada que tanto estaba esperando. 

—¿Sí? —atiendo. 

—Todo listo, señor. El lobo está en la jaula. 

—Voy para allá —cuelgo la llamada. 

Bajo las escaleras y veo a Alexandra leyendo un libro en el sofá. 

—Regreso tarde —le informo. 

Levanta la cabeza y me dedica una media sonrisa. 

—Que tengas una buena noche —responde. 

Me despido de ella con un beso en los labios y salgo de allí dispuesto a cazar a mi presa. 

(***)

Estaciono el auto afuera del local y subo directamente al reservado. Este lugar es muy prestigioso, no cualquiera accede a él. Converso un rato con Jasha e Iván y concretamos unos negocios que teníamos pendientes. 

Diviso en la parte inferior el espectáculo que se está llevando a cabo hasta que uno de mis hombres se acerca y nos interrumpe. 

—Señor, esperamos por usted.

—Sí, ya vamos. 

Cuando voy a despedirme, siento una sensación muy extraña. Es como si alguien estuviera detallando mis movimientos desde la distancia. Mi sentido de alerta se enciende y comienzo a buscar al causante de mi incomodidad, pero por más que intento observar a cada persona alguna se me escapa tras la falta de luz de los reservados. 

Finalmente me despido y camino hacia el sótano con la cabeza intranquila, ¿quién será la persona que me observaba? ¿Tendré algún enemigo más cerca de lo que creo? 

Llegó a la puerta y dos de mis hombres me dan espacio, al ingresar al lugar veo a Anton atado a la silla de manos y pies. 

—Así quería verte, mi querido Anton… —sonrío. 

Escupe mis zapatos y maldice. 

—¡Maldito hipo de puta! No te tengo miedo. 

—Pues deberías, no sabes lo que puedo hacer contigo en este momento. 

—Lo que hagas no me detendrá, volverás a saber de mí. 

—Ah, ¿sí? Ya lo veremos… 

Me acerco a él con una sonrisa malévola, listo para darle una lección que nunca olvidará. 

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