Tomé mi bolso y salí del baño. Mi abuelo me esperaba con un café, mientras Eduard ya se había ido. Dudaba entre ir a la empresa o esperar a que mi abuela despertara, pero decidí acompañar a mi abuelo. Había resuelto todo en la oficina antes de venir, así que Eduard no notaría mi ausencia.
Las horas pasaron rápidamente, y el médico nos permitió ver a mi abuela. Al entrar a la sala, la abracé con fuerza y le dejé un beso en la mejilla.
—Qué bueno que estés mejor, abuela —le dije, acariciando su cabello blanco.
—Estoy bien gracias a ti, mi niña, y a la atención de Orlando —señaló, sonriendo débilmente.
—Ahora lo importante es que te estás recuperando. Debes mantener reposo y comer lo que el doctor te indique.
—Lo haré, pero dime cómo...
—Sé lo que vas a preguntar, así que no te preocupes. Me encargaré de las cuentas. No deben preocuparse por eso. Saben que tienen a su nieta —interrumpí. Mi abuela ladeó la cabeza y me sonrió.
—Gracias por todo, hija—expresó mientras me brindaba un abrazo,