Al salir, Isabella llevó a Raulito en el carruaje hacia la casa de los Conrado.
Ya era casi el anochecer, y los hombres de la familia Conrado seguramente ya habrían regresado de sus labores.
Dentro del carruaje, Raulito escribió en la palma de la mano de Isabella:
—¿Vamos a la casa de mis abuelos maternos?
Isabella asintió y dijo:
—Sí, vamos a la casa de tus abuelos. ¿No los extrañas?
Raulito asintió y escribió una sola palabra:
—¡Sí!
Sin embargo, su expresión mostraba preocupación.
Los niños son sensibles. Raulito había oído que los Conrado no creían que estuviera vivo y sentía que tal vez no querían verlo.
Isabella, al notar su inquietud le dijo a manera de consuelo:
—Raulito, no te preocupes. Tu abuelo, abuela y tíos te extrañan mucho. Solo que no creen que sigas vivo. Pero cuando te vean, estarán muy felices.
Raulito, recostado junto a su tía, levantó ligeramente su delgada barbilla y abrió la boca, intentando emitir algún sonido, pero no lo logró, lo que lo dejó algo desanimado.
N