Estaciono frente a la gran puerta de la lujosa casa a la que vengo y sonrío. ¿Qué mejor forma de ocultar al empleado de una operativa, que al hijo de una pareja influyente y con mucho dinero, al cual no le prestan la suficiente atención como para que actúe a sus anchas? Veinte años y muy hábil, un desperdicio encerrado en su casa al cual supe sacarle buen provecho.
Me bajo del auto y me encamino hacia la entrada, aunque no necesito siquiera alcanzar el último escalón, para que la doble hoja de madera gigante se abra casi por sí sola. Niego divertida y me adentro en las decoradas paredes, encontrándome con su delgada figura acomodada relajada sobre uno de los grandes sillones del salón de la entrada.
-Qué puntual.
-Nunca llego tarde, y lo sabes Dylan.
-Cierto... Y también sé que no me planeas decir para qué me hiciste el encargo que tengo arriba para ti.
-Correcto, ¿me lo muestras?
Silenciosamente, él se pone de pie y me guía hacia una de las habitaciones de la planta alta, la cu