El Cuervo

Mitchell era Mitch.

No pude siquiera voltear a verlo, a ninguno de ellos. Vi la vida pasar frente a mis ojos, vi como mi madre lloraba por la muerte de mi hermano, recordaba sus sonrisas y su rostro cuando la enfermedad por fin le había arrebatado la vida. Sentí una ola de furia y otras emociones entremezcladas. ¿Acaso mi padre también estaba…? No, eso era demasiado, jamás podría perdonarlo si eso fuera posible, una parte de mí decía que eso era imposible, que quizá solo estaba teniendo un mal sueño. Que despertaría en mi cama, sin ningún inconveniente, con el abuelo oyendo la vieja radio, con el mandil rojo cocinando panqueques con Shukaku decorándolas con esas patitas blancas y las almohadillas rosas.

Pero, sabía que eso no era real, esto era real, las personas con ojos lilas, rojos y color fuego como el de Demian, los demonios horribles que adaptaban la apariencia de un humano, y esta vez no podía escapar para ponerme a llorar amargamente por la gran burla hacia
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