La Máscara de Ian Hannover
La Máscara de Ian Hannover
Por: Han Hurtado
Prologo

Engreído Petulante

Bufé molesta mientras aceleraba el paso hasta el ascensor...

Siempre quise que mi historia comenzara con el mágico "Erase una vez... " Y si, posiblemente quería citar una de las frases más trilladas y manidas por el mundo de la literatura infantil, y en la realidad ningún cuento de hadas comienza con una universitaria a punto de ser despedida del trabajo que tanto necesita.

Un minuto había transcurrido desde que recibí aquella llamada que me hizo correr a la oficina de presidencia. La voz de Scarlett no tuvo un solo atisbo de amabilidad, cuando a través del teléfono gritó "Ross, Mueve tu trasero aquí ¡Ahora!"

Tenía alrededor de cinco minutos intentando convencerme de que no había hecho nada malo, que no era lo que estaba pensando y "'Él" no había llegado a cumplir su amenaza de destruir mi vida. Sin embargo tenía la horrible sensación de que en cualquier momento el suelo se abriría en dos para que el mismísimo infierno pudiera tragarme.

Lo más irónico de todo es que no lo vi venir, existe un punto en que la vida parece un cuento de hadas y dragones en el que nada puede salir mal. Un sueño del que nadie desea despertar. Eso siempre resulta ser menos doloroso que vivir de una fantasía idílica, aferrarse a ella con uñas y dientes hasta el día que la realidad toca la puerta, y nos ponga contra las cuerdas para golpearnos sin clemencia.

Al parecer ese día para mí había llegado, nunca pensé que mi "Gran oportunidad " sería el motivo por el que terminaría: despedida, sin carrera y sin futuro... todo a causa de un aristócrata ardido y ansioso por demostrarme su poder.

No, no y no. No era ni un poco justo.

Mi vida nunca fue color de rosas, vivía en un pequeño departamento de dos por dos que compartía con mi mejor amiga. Había sacrificado mucho para conseguir mi puesto de trabajo como pasante en uno de los periodos tradicionales más respetados del país. Pagué el derecho a piso sirviendo café para juntas, llevé ropa a la tintorería, era la primera en llegar y la última en marchar.

Hubo una época en la que quise rendirme, abandonar todo y volver a casa con el rabo entre las piernas. Pero justo en ese momento de efímera debilidad, las palabras de mi madre resonaban en mi cabeza: "No eres lo suficientemente buena" "Pusiste la vara muy alta ¿De verdad crees que eres capaz" "Ya volverás suplicando mi ayuda, soberbia malagradecida"

Aunque lo quisiera, cambiar de rumbo era prácticamente imposible. No podía abandonar mi carrera, no podía irme del Herald y mucho menos podía retroceder el tiempo hasta aquella tarde donde yo misma había arruinado mi vida por completo.

En ese momento unas enormes ganas de gritar  a los cuatro vientos ardieron en mi garganta como fuego. No podía creer que las cosas estuvieran saliendo tan mal después de todo lo que tuve que sacrificar para llegar a donde estaba.

— Lo ha conseguido, me arruinó la vida.

Un largo bostezo se escuchó al otro lado del teléfono y las puertas de un ascensor vacío se abrieron ante mí.

— ¿De qué rayos estás hablando? ¿Quién te arruinó la vida?

No hice caso a sus preguntas y continúe con mi letanía, mientras las puertas del ascensor se abrían en el décimo piso y salí a toda velocidad por el pasillo hacia la oficina de presidencia.

— Yo... me preparé— lloriqueé —me esforcé mucho para no perder esta oportunidad, para hacerlo bien... y él simplemente... Lo arruinó todo, dijo que "lo había insultado, que era joven y poco profesional"

—Pero es cierto

— ¡Basta, no es gracioso! Yo... yo investigué su estúpido árbol genealógico, para que ese cretino... ¡Bastardo!

Súbitamente, como un efecto de mi vista borrosa por la rabia, mi cuerpo chocó contra una figura que parecía haber salido de la nada, provocando que mi celular cayera al piso, destartalado e inconsciente.

—Lo que me faltaba.

Mientras recogía mi celular abatido y algunas de sus piezas, la figura del hombre frente a mí hizo que se me sacudieran las entrañas. Con torpeza y manos temblorosas me puse de pie, y fue entonces cuando un par de ojos celestes me observaron con frialdad, hizo un gesto de desagrado con la boca y me miró con el entrecejo fruncido.

» Engreído Petulante «

— Le dije que nos volveríamos a encontrar.

Declaró esbozando una sonrisita cínica.

—Señor Hannover.

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