La Luna no se equivoca
La Luna no se equivoca
Por: Ana Ley
Capítulo 1. Ovejita

DANIELA

«Sé siempre amable, no levantes la voz, sé discreta y no llames la atención» Son frases que me repito diariamente como si fueran un mantra de vida; mi receta personal para ser invisible. Hasta ahora me ha funcionado bastante bien, no soy nadie en la manada, nadie parece notarme demasiado y, eso me encanta.

Si desaparezco mañana, no habrá quien sufra mi ausencia... bueno, a excepción de mis padres y mi amiga Azul. Ella en cambio es un rayo de luz en donde quiera que se encuentre, siempre tan alegre, ve la diversión hasta en la situación más desafortunada. En ocasiones me pregunto por qué sigue siendo mi amiga. Yo la adoro; mataría por ella y sé que el cariño es mutuo. El tiempo que he pasado con Azul fuera del pueblo ha sido el más solitario de mi vida.

Voy al trabajo y regreso a casa, ocasionalmente hago algunas compras necesarias y ya. Mi rutina es tranquila, me gusta, pero de vez en cuando extraño las locuras de mi amiga. Sin ella me he vuelto una ermitaña.

Estoy dando mis primeros pasos como educadora de preescolar, hace un año egresé de la universidad y tengo seis meses trabajando en el jardín de niños del pueblo atendiendo a los pequeños cachorros de mi manada; son tan tiernos.

Solo espero que llegue el día en que pueda tener mis propios niños, formar una feliz familia con un compañero que me ame y tener juntos una vida tranquila. Eso es todo lo que pido. Lo sé, no es nada ambicioso, podrá sonar aburrido quizás, pero es lo que a mí me haría feliz.

—¿Maesta te gusta mi dibujo?. —Se acerca una de mis pequeñas alumnas a mostrarme su trabajo.

—Claro cariño, es muy bonito.

—Te lo degalo. —Ofrece con una enorme sonrisa que me entibia el corazón.

—Gracias mi niña, lo guardaré muy bien.—Bajo hasta quedar a su altura y me rodea con sus bracitos.

«Esta es la única atención que necesito»

Suena el timbre de salida y, después de despedir a mis niños y dejarlos en manos de sus padres, me dirijo hacia mi auto que se encuentra aparcado al cruzar la calle frente al jardín.

Camino distraída como de costumbre, malabareando entre libros, trabajos de mis alumnos, el maletín de mi laptop y mi bolsa de mano; donde busco apurada las llaves de mi auto. Cuando las encuentro, se me caen un par de hojas del montón que llevo en una carpeta; me inclino para recogerlas y me sobresalta el claxon de un coche. Me incorporo asustada, para darme cuenta de que estoy en la calle, en medio de la circulación.

Soy así de distraída. Lo intento... de verdad que intento prestar más atención, pero me es imposible.

Tal vez me han dicho suficientes veces "tonta" y yo me lo he creído.

«Soy tan torpe»

Bastante avergonzada, me apresuro a llegar al coche y conducir a casa de mis padres.

Sí, aún vivo con ellos... así de patética soy.

Cuando Azul regrese de su viaje de intercambio, tenemos planeado mudarnos juntas. Sé que no es como independizarse por completo, ya que compartiremos las responsabilidades de la casa, pero es el primer paso hacia nuestra vida como adultas.

En unos días cumpliré 21 años, no planeo hacer gran cosa, será solo una reunión sencilla, muy a mi estilo y para entonces, espero que mi amiga ya se encuentre aquí; ansío poder verla, me siento muy sola sin ella.

Llego a casa después de la bochornosa situación en medio de la calle; no pude ver al conductor del auto que casi me arrolla porque salí huyendo despavorida. No quise quedarme a escuchar una vez más lo tonta que soy.

—Hola, mamá —saludo a la mujer de aspecto cansado que se encuentra en la cocina.

Mis padres pertenecen a otra manada del norte del país y llegaron aquí cuando yo era apenas una bebé; desconozco los detalles de su cambio de manada, solo sé que sufrieron un ataque que casi acaba con todos los miembros de esta y ellos son de los pocos sobrevivientes.

No tengo más hermanos, mis padres me concibieron a edad avanzada y se puede decir que soy un milagro, ya que parecía casi imposible que mi madre se embarazara a su edad.

—¿Cómo te fue en el trabajo mi niña? —inquiere, mientras me inclino un poco para que pueda darme un beso en la frente.

—Bien, los niños son un amor. ¿Papá no ha llegado aún?

—No debe tardar. Ve a lavarte, estoy por servir la comida.

Voy hasta mi habitación, ordeno mis materiales de trabajo, me lavo las manos y el rostro para bajar a ayudar a mi madre a poner la mesa.

Cuando entro de nuevo a la cocina, mi padre ya se encuentra ahí con su habitual overol de trabajo manchado de grasa. Tiene un taller mecánico que, aunque no nos deja enormes ganancias, hace posible que paguemos los gastos. Nunca he tenido lujos, pero gracias a mis padres no me ha faltado nada. Tengo mucho que agradecerles.

—¿Qué tal tu día papá? —dejo un sonoro beso en su mejilla que lo hace sonreír.

—Muy bien, gracias ¿A ti cómo te fue mi cachorrita?

—Perfecto, sabes que amo a los niños.

Nos ponemos al día mientras comemos, al terminar ayudo a mamá a limpiar lo que ensuciamos y a ordenar los comestibles.

Regreso a mi cuarto a hacer mi planeación para mañana, y me doy cuenta de que necesito pinturas para que los niños realicen la actividad que quiero, así que decido salir a comprarlas.

Tomo las llaves de mi destartalado auto, y conduzco hacia el centro del pueblo donde se encuentran las tiendas de suministros.

Una vez en la papelería, elijo lo que necesito: hojas blancas, pinturas de diferentes colores, pinceles y unas estrellitas hermosas que daré a mis niños cuando terminen sus trabajos.

Me aseguro de que no me falte nada y me aproximo a pagar a la encargada del lugar.

Subo a mi vieja chatarra, enciendo el motor y me adentro al carril avanzando unos cuantos metros, cuando este se detiene. Sé que es una ironía de la vida que teniendo un taller de reparaciones, mi auto tenga la osadía de fallar. Pero lo cierto es que no podemos darnos el lujo de comprar un modelo mejor, cuando a duras penas alcanza para vivir. Mi padre ha hecho cuánto ha podido por él, pero hay cosas imposibles hasta para la Diosa Luna y, mi carro es una de ellas.

El sonido de las bocinas de los vehículos a mi espalda no se hace esperar, y tengo que bajar para revisar mi motor. Prendo las luces intermitentes, abro el cofre y me asomo como si supiera lo que hago; la verdad es que no entiendo ni una papa de mecánica.

Los coches comienzan a rodearme y no faltan las expresiones de: "oríllate", "te ayudo bonita", o el clásico "tenías que ser mujer".

Veo que se acerca una camioneta de las que portan los centinelas de la manada, e inmediatamente le ruego a la Diosa que no sea quien creo que es.

«Por favor que no sea él»

Para cuando intento abandonar la escena ya es demasiado tarde, la camioneta se encuentra estacionada junto a mí y, sí… es él, mi tormento personal, mi castigo por algún pecado que no recuerdo haber cometido, el responsable de mi baja autoestima. Liam Castillo.

—Vaya, vaya, vaya... ¿A quién tenemos aquí? —pronuncia con voz arrogante —¿Obstaculizando el paso… Ovejita?

Agacho la cabeza como siempre y me preparo para el mal rato de burlas que me espera.

«Aquí vamos otra vez»

—Sólo ayúdame a orillar el auto por favor, Liam —digo casi en un susurro al hombre que tengo enfrente, suplicando a la Diosa que el tiempo que cada uno ha estado por separado, haya hecho que madure y por fin deje de lado sus burlas.

—Oficial Castillo para ti... Pamela —me reprende con la misma arrogancia de siempre, sino es que más.

Odio esto, cuando no me llama por el ridículo apodo que me ha impuesto, me dice cualquier nombre al azar. Jamás me ha llamado por mi nombre, solo cuando nos conocimos y pensé que nos llevaríamos bien.

—Me llamo Daniela —lo corrijo, aunque estoy segura de que le da igual.

—Sí, como sea. Te debería arrestar por ensuciar las calles con tu chatarra, dañas el medio ambiente con esa porquería —se inclina para observar dentro del motor y luego se sacude las manos haciendo una mueca de asco.

Me tomo de las manos y aprieto mis dedos con nerviosismo. Nunca sé que decir para defenderme cuando lo tengo cerca. Me subo de nuevo al auto e intento encenderlo pero es imposible.

—Ponlo en neutral y dirige el volante hacia la acera —se acerca a mi ventanilla dando órdenes—. ¿Puedes hacerlo, o es muy difícil? — agrega con una falsa preocupación, que obviamente es sarcasmo.

—Sí puedo —me limito a hacer lo que dice, en lo que él empuja el coche desde fuera con el menor esfuerzo posible.

Aparco en una zona libre, tomo mis cosas y bajo del carro. Aún estoy lejos de mi casa, además son varias las cosas que debo cargar conmigo, ya que no las puedo dejar aquí, las necesito mañana y no tengo la seguridad de que pueda remolcar mi auto hoy.

Liam se sacude las manos con ahínco y se dirige hacia la camioneta donde hace sus rondas. Yo me quedo parada sobre la acera, tomando valor para empezar a caminar de regreso. Por uno momento pienso que se ofrecerá a llevarme, cuando me habla desde su vehículo:

—Hey, Valeria... Asegúrate de recoger tu basura en cuanto puedas, no quiero que se quejen los vecinos por la contaminación visual. Te llevaría, pero… tengo mejores cosas que hacer —arranca, dejándome ahí de pie. Quisiera decir que me sorprende, pero mentiría. Es solo Liam siendo Liam.

Me las arreglo para acomodar lo que llevo y avanzo despacio hacia mi hogar. El camino que debió tomarme cinco minutos, me toma treinta con la de veces que debo detenerme y reacomodar todo.

Cuando llego por fin, me quiero morir con lo que veo frente a la casa.

Es Liam, con mi auto. Lo remolcó con su camioneta y no fue capaz de traerme consigo. A saber por dónde tuvo que rodear para no encontrarse conmigo en el camino.

«Si será desgraciado»

—Los vecinos se quejaron y tuve que traerlo —miente con total descaro.

—Gracias —pronuncio, aunque estoy segura de que no lo hizo por buen samaritano.

Se va sin decir nada más, y yo entro a mi casa con las piernas temblorosas y los brazos agotados por el esfuerzo; me desplomo en mi cama y caigo rendida ante el cansancio.

Despierto cuando mi madre me llama para cenar, le cuento a mi padre sobre la falla de mi carro y me dice que lo revisará por la mañana, pero tengo el presentimiento de que esta vez si pasó a mejor vida mi chatarra.

***

Rumbo al jardín de niños, me encuentro a una amiga que me da un aventón cuando me ve afanar con mis materiales de trabajo. Paso la mañana contando cuentos y pintando manitas de colores en hojas blancas con mis alumnos. Es un trabajo cansado como cualquier otro, pero es mi vocación y doy el cien por ciento en todo lo que hago.

Al llegar a casa mi madre me recibe sospechosamente emocionada.

—Hija, llegas temprano.

—Sí, salimos antes hoy. ¿Te ayudo a preparar la comida?

—No te preocupes, yo me encargo. Mejor ve a tu habitación, hay una sorpresa para ti — da golpecitos con sus manos en señal de entusiasmo y yo me pregunto qué puede ser, no tengo ni la menor idea.

—¿Sorpresa?, ¿De parte de quién?

—Tal vez de un admirador secreto —sugiere alzando sus cejas.

—Mamá, qué cosas dices… yo no tengo admiradores más que ustedes —digo entre risas, aunque admito que la idea me hace ilusión.

—No digas eso, por ahí debe haber algún muchacho que esté interesado en ti. Pero anda, ve a ver tu sorpresa.

Avanzo despacio con temor de lo que me encontraré, a decir verdad, nunca sé cómo reaccionar ante las cosas inesperadas.

Abro la puerta de mi cuarto y lo que me espera me llena de felicidad al instante, corro a su encuentro y no puedo evitar las lágrimas de alegría y nostalgia que me invaden.

—¡Azul! —la abrazo fuerte y ella a mi.

—Ni mis padres se alegraron tanto de verme —nos separamos riendo por su comentario.

—Te extrañé mucho, no vuelvas a irte.

—Me doy cuenta. Yo también te extrañé amiga, tengo muchas cosas que contarte.

Nos sentamos en la cama y mi madre entra con una charola en mano llena de bocadillos.

—¡Cómo te extrañé, nani! —espeta mi amiga al mismo tiempo que se acerca a ayudar a mi madre con la charola.

Mi mamá cuidó por un tiempo de Azul; así es como nos conocimos. Nuestras familias se conocen desde hace tiempo, debido a eso estamos aquí. Cuando ocurrió el ataque en su manada, acudieron a los padres de mi amiga, quienes nos recibieron en su casa hasta que mis padres pudieron establecerse por su cuenta.

Noto a Azul ansiosa de que mi madre se retire y cuando lo hace, de inmediato comienza a contarme lo que se ha estado guardando desde que llegó.

—Dany... Encontré a "mi pareja"... más bien, él me encontró a mí, o como sea —dice por fin, dejándome tan asombrada como cuando la miré en mi habitación.

—¿Qué? ¿Cómo fue?

—Resulta que él ya lo sabía desde hace cuatro años… ¿Puedes creerlo? Cuatro. Años. Y eso no lo es todo, espera a saber quién es… —espeta, haciendo una pausa que me carcome de curiosidad.

—Ya dime quién es, me vas a matar de suspenso.

Hace un redoble con sus manos sobre sus piernas que aumenta más mi ansiedad.

—David Verti, el hijo del Alfa —pronuncia por fin.

—¡No puedo creer la suerte que tienes amiga! —digo entusiasmada—. Lo siento mucho por él —concluyo riendo un poco.

—¡Oye! Él es quien tiene suerte —repone ofendida.

—Lo digo porque sin duda no le será fácil ganarse tu corazón. Pobre, todo el tiempo que ha esperado y todavía piensas hacerlo sufrir más.

Me cuenta todos los detalles del asunto y me da la razón al final. Azul nunca ha estado de acuerdo con las parejas destinadas, y el nuevo Alfa es todo lo opuesto de mi amiga. Es un hombre demasiado formal, frío y centrado; un líder nato. En cambio, mi amiga es la diversión personificada, es irreverente y despreocupada. Creo que si no se matan entre ellos, entonces aplicará la ley de "los polos opuestos se atraen".

Ya veremos cómo les va. Me alegro mucho por ella y al mismo tiempo, me siento ansiosa por que me pase lo mismo.

Mi momento está cerca, puedo sentirlo.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo