—La tarjeta de crédito, obviamente —dijo Ana mirándole llena de confianza.
—¿Mi tarjeta? ¿Y por qué demonios te la iba a dar?
A Miguel le pareció muy divertida la arrogancia de Ana.
—Has estado tres años viviendo en mi casa sin pagar ni un duro y encima le has pegado a mi hijo. ¿No crees que me debe