David no sentía miedo alguno y declaró:
—No me importa nada. Sin embargo, hoy es el día de tu muerte.
Miguel sacudió con la cabeza con piedad.
—Muchacho, te recomiendo que no me dispares. Si lo haces, nadie podrá salvarte, ni siquiera el más poderoso de la familia Álvarez.
—Además, quizás tu pistola