Francisco, asombrado, cubrió su cabeza con las manos y suplicó:
—Ah… No me golpee, no me golpee, por favor, Rulo…
Rulo pensaba que unas patadas no bastaban para menguar su ira, por eso se dio la vuelta y se dirigió a Miguel corriendo.
—Lo siento muchísimo, señor Rodríguez. No tengo nada que ver con