Frida quería decirle cuánto lo odiaba, maldecirlo, golpear su pecho e incluso patear su entrepierna, pero cerró los ojos y respiró profundamente. Cuando abrió los ojos, un par de lágrimas cayeron por sus mejillas.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja, con mucha dificultad.
—No es lo que tú piensas