—Lo siento, Frida… pero necesito a ese hijo —añadió Román viéndola con lástima.
—Tendrá que abandonar la casa de inmediato y…
—Detente… —pidió Román a su abogado—. Yo me encargo a partir de este momento. Ya te puedes retirar.
El abogado asintió y, con torpeza, volvió a guardar los documentos ant