Brooke se removió incómoda en la cama. La habitación era poco espaciosa, con muebles desgastados y una iluminación tenue que contrastaba con la realidad de su situación. No importaba cuánto intentara distraerse, el hecho seguía siendo el mismo: estaba secuestrada.
Gabriel, el hombre que la mantenía prisionera, estaba sentado en un sillón cerca de la ventana. Su semblante estaba más pálido de lo habitual, su respiración era pesada y sus manos temblaban ligeramente. La fiebre seguía consumiéndolo.
Ella desvió la mirada hacia la cama improvisada donde Alessia dormía. Su amiga respiraba con calma, ajena a la tensión que llenaba la habitación. No le daban los mismos alimentos que a ella y por ende estaba débil. Brooke se mordió el labio con fuerza. Tenía que encontrar una manera de sacarlas de ahí.
—Te ves cansado —dijo suavemente, con un tono cuidadoso.
Gabriel esbozó una sonrisa débil.
—No es nada que no pueda soportar.
Brooke asintió, fingiendo comprensión. Sabía que él estaba débil. Y