Narra Brooke.
Me desperté con una sensación extraña en el pecho, como si alguien me estuviera observando. La noche anterior había sido inquietante; cada sonido parecía amplificarse en la oscuridad, cada sombra en la ventana hacía que mi corazón latiera con fuerza. Y aunque intenté convencerme de que no era nada, la imagen de esa camioneta estacionada frente a mi casa seguía rondándome.
Tras un té dulce y un intento fallido de distraerme limpiando, decidí salir a caminar. Necesitaba aire, algo que me ayudara a despejarme. Pero cuando abrí la puerta, lo vi.
Estaba allí. De pie al otro lado de la calle, apoyado contra un poste como si estuviera esperando algo. O mejor dicho, a alguien. A mí.
Mi corazón dio un vuelco, y por un instante, el miedo me paralizó. Enzo me había encontrado. Otra vez.
Tomé aire con fuerza, obligándome a no mostrar debilidad. Cerré la puerta detrás de mí y caminé hacia él con pasos decididos.
—¿Qué diablos haces aquí? —mi voz era un susurro afilado, lleno de rabia