Alejandro observaba a Jimena con una impaciencia que aumentaba.
Sin embargo, ella pareció ignorarlo. En lugar de responder a su pregunta, continuó con su propio monólogo, como si no lo hubiera escuchado.
—Ay, Alex, lo que quiero es muy simple. ¿Cómo pudiste haberlo olvidado?
—¿Qué quieres?
La sensación de la mano de ella deslizándose por su brazo le provocó un escalofrío de repulsión. Con un movimiento brusco, se la quitó de encima.
—Compórtate.
Aunque la sonrisa de ella se volvió forzada, se aferró a un hilo de esperanza. Al menos él seguía allí, dispuesto a escucharla en lugar de haberse encerrado en su habitación.
—Alex, no seas así. Solo quiero que me acompañes a cenar.
Él la miró con genuina sorpresa, un destello de incredulidad en sus ojos.
—¿Solo a cenar?
—Sí —los ojos de Jimena brillaron—. ¿O preferirías hacer otra cosa conmigo? Porque por mí, encantada.
Le dio asco. ¿Era esa la niña que recordaba? No podía creer el abismo que separaba a la mujer que tenía delante de la niña qu