CAPÍTULO 2: LA PRIMERA IMPRESIÓN

CAPÍTULO 2: LA PRIMERA IMPRESIÓN

3 años antes…

No puedo dejar de temblar como una gelatina mientras avanzo por el pasillo de la imponente empresa DeliFusion International Holdings. He venido a buscar un trabajo como asistente personal de presidencia, y aunque me siento capacitada para ello, los nervios no me abandonan.

Pasa una chica que está delante de mí, y un par de minutos después avanza la siguiente.

—Vaya, no se están demorando ni diez minutos con cada una. Debe ser uno de esos jefes difíciles —comenta una de las aspirantes al puesto.

—¿Crees que sea por eso? —pregunto.

Aquello no hace más que consumirme en nervios, pero trato de mantener la calma mientras espero mi turno.

Cuando por fin llega ese momento, paso saliva e ingreso a la oficina con las expectativas por los suelos. Creí que me entrevistaría el mismo jefe, pero me encuentro con la sorpresa de que es el de recursos humanos. Me hace una serie de preguntas que me dejan un poco confundida, no esperaba que parte del trabajo implicase ser discreta, callada y no cuestionar nada de lo que él haga.

—Si puedes manejar esas cosas, podríamos considerarte para el puesto. En especial la parte de la discreción. También incluirá horas extras; pagadas por supuesto, pero debes tener disponibilidad a cualquier horario. El señor Kingsley es muy demandante, así que debes acatar todo lo que te diga.

Yo asiento diligente a todo lo que dice. No sé si suene al mejor trabajo del mundo, pero lo necesito con urgencia, no estoy para rechazar ofertas.

—Sí, tengo la disponibilidad —contesto con suavidad.

De pronto alguien entra en la oficina, al girarme, me encuentro con el hombre más atractivo que he visto jamás.

Mi corazón se acelera a toda velocidad y mis mejillas se tiñen de rojo y ni siquiera sé por qué. Hay algo en la intensidad de su mirada, una tristeza que trata de ocultar a toda costa. Pero incluso con esa melancolía que destila, es tan guapo que ni siquiera puedo respirar.

El hombre que acaba de entrar es imponente, con una presencia que llena la habitación. Se mueve con una elegancia que parece natural, como si estuviera acostumbrado a ser el centro de atención. Mi corazón sigue latiendo con fuerza mientras intento mantener la compostura.

Después de intercambiar un gesto de reconocimiento con el recién llegado, el de recursos humanos vuelve su atención hacia mí.

—Este es el señor Kingsley, nuestro CEO —anuncia con un tono respetuoso. La sorpresa y el nerviosismo se apoderan de mí al darme cuenta de que estoy frente al hombre que tiene el poder de decidir mi futuro laboral.

El señor Kingsley asiente brevemente, sus ojos me evalúan con detenimiento. Puedo sentir la intensidad de su mirada y, aunque su rostro es serio, hay algo en sus ojos que me hace pensar que está buscando algo más allá de las respuestas convencionales.

—Así que, ¿estás dispuesta a asumir la responsabilidad de este puesto? —me pregunta, su voz es tan profunda y segura que tengo que pasar saliva para poder hablar.

Asiento, tratando de ocultar los nervios que siento.

—Sí, estoy dispuesta a asumir cualquier responsabilidad que se me asigne —respondo, intentando proyectar confianza.

El señor Kingsley asiente satisfecho y se dirige hacia su escritorio, mientras el hombre de Recursos Humanos me mira con una sonrisa cómplice.

—Bien, entonces. Puedes considerarte contratada —anuncia el CEO de manera directa. —La noticia me golpea como un rayo. No puedo creer lo rápido que ha sucedido todo—. Estoy cansado de entrevistar a más personas para este puesto. Necesito a alguien de inmediato —comenta con cierto tono de frustración.

Mis ojos se abren de par en par ante la rapidez con la que se ha tomado la decisión.

—Puedo comenzar mañana mismo, si es necesario —respondo, sintiendo la urgencia de asegurarme el puesto.

El señor Kingsley asiente, aparentemente satisfecho con mi respuesta.

—Perfecto. Nos vemos mañana a primera hora —dice, antes de volver a sumergirse en sus papeles.

Mientras me retiro de la oficina, la puerta se cierra tras de mí y siento un suspiro de alivio. Pero antes de que pueda procesar completamente lo que acaba de suceder, el hombre de Recursos Humanos me detiene con una sonrisa intrigante.

—Te recomendaría no subestimar tu suerte. El señor Kingsley no es conocido por contratar a alguien tan rápido —me dice en un tono confidencial—. Creo que has dejado una impresión bastante especial en él.

Con esas palabras, me despido de la oficina, con el corazón aun latiendo fuerte y la mente llena de preguntas sobre lo que me espera en mi nuevo trabajo. No obstante, nada me preparaba para lo que vendría.

Al día siguiente aparezco en la oficina a primera hora. Lo que encuentro es algo que jamás imaginé. El señor Kingsley está en su silla, mientras dos tiernos bebés idénticos están sentados en su regazo.

Hay una mujer a su lado y de inmediato asumo pensar que es su esposa.

—Mil disculpas, no sabía que…

—No se preocupe señorita Carpenter, Francis ya se iba con los gemelos.

Los pequeños bebés me saludan con efusividad y ternura, corriendo por toda la oficina. Francis los persigue y puedo ver en su semblante que está agotada.

—Ya nos vamos, señor —dice la mujer—. Andando pequeños traviesos, debemos volver a la casa.

La señora se va, pero la sonrisa de mi rostro no. Si ya era increíblemente guapo, verlo así potenció su atractivo diez mil veces más.

—Son muy adorables —comento.

Él parece inmutable, pero de pronto esboza una ligera sonrisa.

—Sí, lo son.

Luego de eso, comenzamos el trabajo de inmediato. Él no vuelve a mencionar a sus hijos ni a su esposa, y yo tampoco hago ningún comentario. Cuando cae la noche, el señor Kingsley no parece tener intenciones de dejarme ir a descansar. Ya sabía que me habían hablado sobre las horas extras, pero ni siquiera he podido salir a cenar.

De pronto el teléfono suena, él no contesta. Un par de minutos después lo vuelven a llamar, y la secuencia se repite al menos otras cinco veces más.

El teléfono sigue sonando persistentemente, interrumpiendo el silencio tenso que se ha apoderado de la oficina. Con cada llamada, él parece más decidido a ignorarla, sumergido en sus propios pensamientos. Sin embargo, mi impulsividad no conoce límites y, con la mejor de las intenciones, me aventuro a sugerir una acción.

—¿Quiere que conteste por usted? Tal vez sea su esposa —digo, intentando romper la tensión con una sonrisa amigable.

Mi comentario, en lugar de ser bien recibido, provoca una reacción inesperada. Levanta la cabeza hacia mí, y en sus ojos se refleja una sombra de molestia que no había notado antes. La habitación parece llenarse de un aire más denso, y me doy cuenta de que he cruzado una línea invisible.

—No y no se meta en lo que no le importa —responde bruscamente.

—Lo siento, yo...

—¿Sabe qué? Mejor retírese por hoy, ya no la necesito —interrumpe, su tono de voz deja claro que mi presencia ya no es bienvenida.

La vergüenza y la incomodidad me abruman mientras salgo de la oficina. Cierro la puerta tras de mí con más suavidad de la necesaria. Mis pasos se sienten torpes y apresurados mientras me alejo del área. Es mi primer día y ya me estoy metiendo en problemas.

Mientras camino a unas cuadras de la empresa, mi mente repasa la situación una y otra vez. Sin embargo, la realidad golpea cuando me doy cuenta de que he olvidado mi billetera en el escritorio. Suspiro y regreso a la empresa. Esto me pasa por salir huyendo como una tonta.

Al llegar, el piso de presidencia está sorprendentemente vacío. Mantengo la esperanza de que el señor Kingsley se haya retirado, pero al abrir la puerta, me enfrento a una escena completamente diferente. El despacho está en desorden, los papeles están esparcidos por el suelo, hay una botella de ron en su mano y sus ojos están enrojecidos por las lágrimas.

—¡Señor Kingsley! —exclamo, sorprendida y preocupada.

Él camina hacia mí con su porte intimidante, cierra la puerta detrás de mí y me acorrala contra la pared. La expresión que veo en su rostro es completamente diferente a la que había mostrado minutos antes en la oficina. Está claro que algo más profundo está ocurriendo.

—No debió volver, señorita Carpenter —murmura, y la frialdad en su voz me hace darme cuenta de que mis acciones han desenterrado algo más oscuro detrás de la fachada del CEO exitoso.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo