3.Mi marido me va a matar

Capítulo tres: Mi marido me va a matar

"Narra Ariana Fallon"

Cinco días después, sigo encerrada entre estas cuatro paredes y me encuentro a punto de arrancarme los pelos. Hace mucho tiempo que he perdido los nervios y la cordura. La primera noche me negué a cenar y el loco ese casi me ahoga al meterme la comida en la boca a la fuerza.

Así que parezco un adefesio humano o en todo caso, un robot programado para hacer las necesidades básicas de un ser humano.

Nunca he sido sometida a tortura psicológica, pero estoy segura de que esto se le parece mucho. No me toca, apenas me habla, no he visto otra cara que no sea la de ese maníaco. El muy imbécil se llevó mi teléfono y lo guardó sabrá Dios dónde.

Esperaba muchas cosas. En mi mente llegué a imaginar millones de formas para causarme el más agonizante de los dolores. Sin embargo, este silencio desolador es cien veces peor. Ya ni siquiera recuerdo el sonido de mi voz. Hasta mi subconsciente inoportuno se ha callado y la soledad me ataca con más fuerza que nunca.

Camino por la habitación para ejercitar mis músculos agarrotados. Ese desquiciado está muy equivocado si piensa que en verdad me voy a quedar con los brazos cruzados. En cuanto baje la guardia, aprovecharé mi oportunidad y saldré echando humo de aquí. Estoy segura de que mis familia no corre peligro si él no puede chantajearme.

Él será muy despiadado, pero yo soy Ariana Fallon y a mis veinticuatro años he vivido demasiada mierd@ como para dejarme joder por un psicópata ardido.

Por primera vez desde que estoy aquí, escucho que tocan a la puerta, lo cual me parece ridículo teniendo en cuenta que no poseo la llave.

—Buenas tardes, cielo —una anciana regordeta con una cabellera negra muy bien cuidada entra con una bandeja en las manos—. He hecho un pastel con dulce de leche y te he traído una rebanada, en vista de que no has cenado mucho.

Es una suerte que entienda muy bien el italiano fluido gracias a los años que viví aquí. De lo contrario, no comprendería una sola palabra. La mujer habla demasiado rápido y encima, arrastra algunas consonantes.

—¿Y usted es…? —indago arrugando la nariz. Es la primera persona que veo aparte de mi captor. Y teniendo en cuenta que me cansé de gritar el primer día, he pensado que no había nadie más en la casa.

—Oh, perdona mis olvidados modales —se traslada hacia el sofá de la habitación para dejar la bandeja encima de la mesita y extenderme un brazo—, viene con la edad. Soy Antonella, pero puedes llamarme Nella. Me ocupo de la casa y de Harry.

—¿Trabaja para él? —la escudriño con detenimiento. No parece malvada, sino todo lo contrario. Sin embargo, en este lugar no confío ni en mi sombra.

—Podría decirse que sí —me regala una cálida sonrisa que me recuerda a mi querida señora María, la monjita que cuidó de mí hasta que me adoptaron los Fallon—. ¿Probarías el postre? No quiero que él me regañe si está malo.

—¿No lo ha probado usted? —pregunto cautelosa. ¿Y si tiene algún estupefaciente como la bebida que me trajo hasta aquí?

—Sí, pero con los años mi paladar ya no es el mismo. Ven —me toma de un brazo con familiaridad y prácticamente me arrastra hasta el sofá—, hagámonos un poco de compañía entre las dos. No solemos tener muchos invitados en la casa.

—No soy una invitada —aclaro cortante sin probar el platillo.

—Por supuesto que no —hace un extraño gesto con las manos—. Eres la señora de la casa.

—¿Sabe que estoy aquí contra mi voluntad, cierto? ¿Que me he casado obligada?

—Harry no es tan malo como se empeña en ser. Date la oportunidad de conocerlo, cielo.

'Sí, claro. Eso dígaselo al francotirador que vigila a mi familia, agrego mentalmente, pese a que no la corrijo. Se nota que le tiene en estima y si el sentimiento es mutuo, puede que haya encontrado mi primer paso hacia la libertad.

'Solo tengo que ganármela'

—Anda —insiste con el postre—, pruébalo. Te garantizo que no tiene ningún ingrediente adicional.

Emito un pequeño suspiro y tomo una porción con la cuchara para llevármela a la boca temblorosa.

El esponjoso biscocho hace contacto con mi paladar y se me hace imposible contener el placentero gemido.

¡Por la madre del cordero! ¿Hace cuánto que no probaba un dulce casero?

Creo que desde las navidades pasadas. El último día de Mia en nuestro departamento horneó galletas con chispas de chocolate y mouse de limón.

Pensar en mi hermana me dan ganas de llorar y decido apartarla de mi cabeza por el momento, para centrarme en el divino pastel. Si está envenenado, bien puedo morir comiendo. Al menos sería una muerte dulce, no una agonizante como la tiene preparada mi señor esposo secuestrador.

Esto es lo mejor que me ha pasado en muchos, muchos días.

La señora Antonella conversa animada sobre las ventajas de la ciudad y en ocasiones formula preguntas sobre Estados Unidos, mientras yo me tomo mi tiempo saboreando la generosa y a la vez insuficiente rebanada.

—¿Y trabaja para Harry hace mucho tiempo? —inquiero con naturalidad, cuidando de no mostrar mis ansias por obtener información.

—Lo vi nacer —responde encogiéndose de hombros.

Así que de ahí viene el apego…. Bueno, no puedo culparla.

—¿Ya se va? —la retengo cuando la veo ponerse de pie.

—Sí, tengo muchos pendientes por hacer y…

—Lléveme con usted —le corto de manera abrupta. Necesito salir de aquí. Necesito encontrar una forma de escaparme

La anciana me observa con cara de circunstancias mientras yo solo puedo pensar en abandonar esta odiosa habitación de estilo feudal.

—Puedo ayudarle —me ofrezco con una expresión suplicante.

—Harry ha dicho…

—Por favor —uno mis manos en una oración—. Por favor, llevo cinco interminables días aquí y creo que moriré de un infarto o de los nervios si no cruzo esa puerta. Prometo comportarme y no huir —añado al percibir sus dudas.

—Bueno —concilia luego de unos eternos segundos—, pero te mantienes a mi lado y en cuanto Harry llegue, me dejas hablar a mí. ¿De acuerdo?

—¡Muchas gracias! —me lanzo a sus brazos con un repentino movimiento. Ella me observa desconcertada debido a la sorpresa, mientras yo sonrío extasiada—. No tiene idea del bien que me hace.

—Puedo imaginarlo —me palmea la espalda con suavidad para darme ánimo—. Todo mejorará, ya verás.

Aunque no comparto su opinión, amplío una sonrisa al mismo tiempo que reitero mi gratitud.

Por fin, después de lo que parece una eternidad, puedo ver un atisbo de luz al final del túnel. Por primera vez me encuentro disfrutando de lavar la vajilla o cortar verduras y envasar. Las tareas domésticas nunca han sido lo mío. Sin embargo, en estos momentos me dan un respiro y me mantienen la mente ocupada.

El timbre de la casa suena, deteniendo nuestra entretenida clase de cocina robotizada en Y0uTube y Antonella me deja leyendo las indicaciones del gracioso robot de cocina mientras acude a la puerta.

La tentación de salir corriendo sigue latente, pero no tendría por dónde irme y sería demasiado pronto. Así que dejo ir un fuerte resoplido antes de centrarme en el manual.

La máquina tiene más llaves y botones de los que puedo contar y la descripción gráfica parece escrita en jeroglíficos. Como he dicho, soy pésima para las labores del hogar.

—Como ama de casa no te ganas ni un duro, Ariana Fallon —murmuro pensativa.

—¿Descifraste el aparato del demonio? —pregunta la anciana al regresar.

—No —contesto ahogando la risa—. ¿Quién era…?

No me da tiempo a decir nada más, puesto que el guardaespaldas que custodia el apartamento aparece frente a mis ojos, apenas levanto la vista. Mi cerebro no deja de maquinar planes de huida.

Los dos se alejan de mi vista y se ven bastante ocupados, la puerta del ascensor del servicio me llama y aparece frente a mí como una vía de escape. No lo dudo ni un segundo, con la mayor rapidez y el mayor sigilo que puedo me escabullo de la cocina.

Pulso el botón del ascensor y cuando este se abre frente a mí ya puedo cantar victoria internamente.

'Voy a salir de aquí. Se acabó la pesadilla.'

Sin embargo, no llego a dar un paso para entrar en el ascensor cuando el dueño de mis peores pesadillas irrumpe en el lugar y tira de mi brazo para impedirme la huída.

Exclamo horrorizada ante la inesperada escena. No obstante, me quedo muda al sentir su intensa mirada en mí.

¡Oh, cielos! Estoy en problemas. Mi marido me va a matar.

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