4.Esposa Rebelde

Capítulo cuatro: Esposa Rebelde

"Narra Harry Mascherano"

Trato de centrarme en los papeles, pero se me hace imposible. Es como si no tuviera la capacidad para comprender lo que leo. Mi cuerpo está aquí dentro del auto, pero mi mente ya ha llegado al edificio y cruza el salón del penthouse directo a la habitación de esa pequeña intrépida.

Desde que me vio pudo reconocerme como el ex prometido de su hermana mayor. Sin embargo, en ningún momento ha mencionado nuestro encuentro de hace un mes en esta misma ciudad, en la fiesta de su querido cuñado.

No me recuerda…

La rabia emerge una vez más y siento ganas de sacudirla con vehemencia para luego abrirle el cerebro. ¿Cómo es posible que me haya olvidado? ¡A mí!

La voy a castigar porque a mí nadie me olvida. Ya es tiempo de iniciar su calvario.

'Y de poseerla', añade la voz de mi cabeza. No obstante, niego la idea por muy tentadora que resulte. Todavía no es tiempo, primero tengo que enloquecerla, luego atraparla y al final caerá redonda ante mis pies, clamando misericordia y cantando las debilidades de mis enemigos al ritmo de la Traviatta.

Apenas el chofer aparca, salgo disparado rumbo al ascensor. Me aflojo la corbata y desato los botones del cuello de la camisa al tiempo que doblo a la izquierda en busca de mi prisionera. Sin embargo, me desvío a la cocina siguiendo los murmullos y es ahí donde encuentro a mi esquiva esposa tratando de escapar por el ascensor de servicio. Simplemente me lanzo a por ella.

—¡Suéltame! —forcejea en vano—. ¡Eres un jodido troglodita!

—¡Y tú una calienta braguetas sin palabra! —repongo en el mismo tono furioso—. ¿Qué no puedes mantener tus promesas?

—¿Puedes tú contener tus tendencias psicópatas? —rebate con fiereza. Desde un inicio me quedó claro que no se amilana ante el peligro, pero esto es… demasiado. ¿Qué no tiene amor por la vida? Porque ahora mismo la idea de degollarla viva luce demasiado tentadora en mi mente.

Voy a tener que domesticar a la esposa rebelde.

La suelto e impongo un poco de distancia antes de que haga algo de lo cual pueda arrepentirme luego.

—¿Qué haces aquí afuera? —cuestiono volviendo a mis cinco sentidos. Ariana me saca de mis casillas, me descontrola y esa es una reacción que nadie en absoluto es capaz de provocar—. ¿Cómo saliste?

—Yo la saqué —interviene la voz de Nella y maldigo en silencio—. Necesitaba ayuda en la cocina. ¿Hay algún problema con ello, Harry?

Por supuesto que lo hay, pero no le voy a dar el gusto de enfrentarme. Hoy no me apetece escuchar sus sermones, puesto que ya tengo la cabeza demasiado caliente.

—Mantente fuera de mis asuntos, Nella —es todo cuanto digo antes de tirar del brazo de la castaña y arrastrarla hasta el ascensor bajo protestas.

—¿A dónde me llevas, maniático? —profiere sin dejar de forcejear.

—No has venido de vacaciones, pequeña —estipulo tomándola de ambas manos para inmovilizarla y posteriormente, cruzar la puerta cuando el ascensor se abre. La oscuridad del lugar junto a las tenues luces de colores nos rodean al instante— y en mi casa hay que ganarse el techo y la comida.

—¡Pues échame! —despotrica—. Devuélveme a Estados Unidos y problema solucionado.

—¿Debo recordarte que estás aquí por voluntad propia? ¿Que ahora eres mi esposa? —inquiero—. ¿Quieres regresar? Muy bien, supongo que Francesco estará dispuesto a darte la bienvenida en suelo americano. ¿Qué cabeza debe llevar como regalo?

—¡Eres un cretino! —se lanza contra mi cuerpo pataleando—. ¡Bastardo, maldito, estúpido…!

Proclama todas las ofensas en inglés que le vienen a la cabeza. No obstante, no se resiste cuando tiro de ella hacia las escaleras y entramos a la zona de los camerinos.

—¿Qué es esto? —señala apartando las lágrimas.

—Tu nuevo empleo —respondo divertido—. ¿Ves esa barra? —señalo el escenario—. Veamos si bailas tan bien como solías modelar.

—¡No soy una prostituta! —protesta. Sin embargo, a mí ya nada puede quitarme la expresión divertida. Cualquier opción que elija, la disfrutaré de igual forma—. ¡Y no voy a bailar para ningún pervertido!

—Cuidado, pequeña —advierto con inquina—. No vayan a escucharte las chicas o alguno de los clientes. Tu calvario se volvería más agonizante todavía. Acostúmbrate a este lugar porque será tu nuevo segundo hogar. Ahora cámbiate y ponte algo sexi.

—¡Ni muerta!

—Es eso o limpiar los baños —dispongo—. Tú decides.

—Prefiero rodearme de mierd@ antes de hacerme parte de ella —cruza sus brazos en una pose indignada y yo no puedo evitar fijar la mirada en el generoso escote.

¡Dios! Puedo entender por qué todos la miran y la desean. Ariana Fallon no es una belleza exótica como su hermana Mia Fallon, pero en cambio posee un rostro y un cuerpo demasiado llamativo, los cuales contrastan a la perfección con su altiva y extrovertida personalidad. Es la mujer más sensual que he conocido y lo peor es que la muy jodida lo sabe.

—Si es lo que quieres —la tomo por un hombro para conducirla hacia el local previamente preparado para ella y debo utilizar todas mis fuerzas para contener la carcajada al ver su reacción—. ¿Qué esperabas? El noventa por ciento de las personas que vienen se embriagan.

—Dame el equipo antes de que te rompa la cabeza —extiende una mano, luchando contra las arcadas, hacia mí.

Con una sonrisa voy hasta la esquina para regresar con los instrumentos de limpieza y entregárselos.

—Procura no confundir el desinfectante con la lejía —me mofo disfrutando al máximo—. Deja todo brillante.

—Miserable bastardo —murmura entre dientes.

—¿Has dicho algo?

—¡Que me des el resto! —demanda.

—Creo que con lo que tienes es suficiente.

—¿Dónde está el equipo de protección? —sisea cada vez más cabreada—. Necesito al menos los guantes y el cubrebocas.

—Oh —dejo ver una fingida cara de circunstancias—, me temo que se nos han agotado. Tendrás que arreglártelas.

—¡No voy a tocar vómito ajeno! —exclama aterrorizada.

La verdad, el hecho de que tema tocar restos alimenticios y no a enfrentarse a mí, resulta demasiado irónico.

—Entonces tendrás que bailar, pequeña —por lo que parecen horas nos mantenemos en silencio sin romper el contacto visual. Ella meditando sus opciones y yo esperando una respuesta, a la vez que me deleito en las buenas vistas que me ofrece—. El tiempo corre y debo aclararte que no tienes toda la noche para decidir.

Ella se acerca envalentonada con esos ojos grises tan feroces, que me recuerdan a una leona salvaje.

—Eres un maniático despreciable, ¿lo sabías? —inquiere en un tono de voz muy bajo, como si me acariciara con su aliento.

'Es otra de sus tretas', lucho contra la ansiedad de poseerla.

'Solo busca provocarte'

—¿Acaso has olvidado cómo me llaman? —cuestiono orgulloso.

—No, pero ante mis ojos no me pareces el aclamado italiano despiadado—alega frunciendo los labios—. Por el contrario, luces como un cachorro herido porque le han quitado su juguete. ¿Sabes qué? Ahora más que nunca reafirmo mi decisión de haberle comprado ese boleto de avión a mi hermana. Aunque, si yo hubiese estado en su lugar, habría ido hasta el altar y te habría dejado plantado allí para que te convirtieras en la burla de la ciudad que tanto aclamas.

'¡Maldit@!'

Ha presionado mi herida no cicatrizada buscando hacerme sangrar. Me tienta sin saber que soy capaz de prender las llamas del infierno y quemarla viva.

En un movimiento inesperado, la encierro entre mis brazos y la estampo contra la pared.

—¿Quieres provocarme, pequeña? —espeto con la voz enronquecida de manera repentina—. Pues muy bien, atente a las consecuencias.

Mis labios se acercan a los suyos, la siento temblar bajo mi tacto y establezco contacto directo con sus ojos. Quiere que la bese, esas esferas del color de la plata me lo piden a gritos. Tal vez su cerebro no me recuerde, pero su cuerpo sí.

Dije que esperaría, que sería paciente… ¡pero al infiero mis planes! Esta esposa rebelde necesita una lección y yo voy a dársela. Ya después reajustaré mi estrategia, pero hoy este matrimonio queda consumado.

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