La Esposa Del Tirano
La Esposa Del Tirano
Por: Ravette Bennett
Capítulo 1

MELODY

Estoy viviendo una pesadilla, me niego a aceptar esta nueva realidad que me golpea y que me arrasa como un maremoto en plena calma, irrumpiendo todo a su paso, el tiempo se detiene mientras intento procesar lo que me acaba de decir Roman, mi marido. 

—¿Estás escuchando? —sus ojos son fríos y su actitud distante, como en los últimos ocho meses. 

Las palabras no brotan de mi garganta, me congelo, el cuerpo se me adormece y siento que el aire comprime mis pulmones. 

«Esto debe ser un sueño, no es real» trato de convencerme, sin embargo, la mirada de Roman me da el golpe final. Es un hombre apuesto, es uno de los mejores arquitectos del país, tiene su propia empresa mobiliaria y ha logrado mucho en tan poco tiempo. Alto, delgado, pero fornido, su porte elegante y letal le da una pizca de poderío que termina intimidando a los demás. Su cabello oscuro y sus ojos azul eléctrico, todo en el perfecto para mis ojos, es una lástima que yo no sea suficiente para él.

—Malody —vuelve a llamarme y doy un respingo con el tono arisco que emplea. 

—Yo… no sé qué decir… esto es una broma de mal gusto —coloco la palma de mi mano sobre mi redondo vientre, tratando de calmarme. 

—No es una broma —Roman tensa el cuerpo—. ¡Ya no te amo! La verdad es que nunca lo hice. 

Las piernas me flaquean, estoy rompiéndome en mil pedazos y a él ni siquiera le importa que tenga ocho meses de embarazo, al parecer, el que esté esperando un hijo suyo, no es su prioridad en estos momentos. 

—No me veas con esos ojos de cachorro, Melody —apunta—. ¡Sabes tan bien como yo, que prácticamente te vendieron al mejor postor, tuve la mala suerte y por eso eres mi esposa, no porque yo quisiera, me gustaras o te amara! 

Sus palabras me cortan el alma como filoso cuchillo sobre una superficie delgada. Lo que dice es verdad, hace un año, la empresa de mis padres entró en quiebra, los acreedores los tenían acorralados, los abogados los tenían hasta el cuello con las demandas, no sé qué es lo que pensaron en el momento en el que decidieron dejarme a mí y a mi hermanastra Emilia, pero ambos se suicidaron al mismo tiempo. 

Solo subieron al último piso de la empresa y agarrados de la mano se lanzaron al vacío, creyendo que de esa manera ellos iban a acabar con todo. Lo único que no funcionó en su táctica suicida, fue que las deudas seguirían, que la empresa se estaba hundiendo como el Titanic y que tenían dos hijas a las que ahora perseguían. 

Nuestro tío; Hiero Clifford, socio mayoritario y hermano de papá, trató de poner las cosas en orden, dio la cara ante los medios de comunicación e incluso pidió un préstamo al banco, al final, nada dio resultados, estábamos en el punto de quiebre y no había nada que hacer, hasta que un día llegó y nos dijo a mi hermana y a mí, que una de nosotras se casaría con Roman Leblanc, Emilia refunfuñó, y antes de que pudiera decir algo, me ofrecí. 

Porque estaba enamorada de Roman, llevaba años siguiendo de cerca los pasos en su carrera de arquitectura, incluso tenía un álbum completo con imágenes de cada uno de sus proyectos hasta ahora. 

—Aquí están los papeles del divorcio —lanza sobre su escritorio, una carpeta que contiene el pase a una libertad que no quiero tener—. Los firmarás en cuanto nazca ese niño. 

La manera en la que se refiere a nuestro hijo, hace que el corazón se me apriete contra el pecho y que las lágrimas inunden mis ojos. Al parecer, él no quiere nada que venga de mí y me lo está dejando claro. 

—Ese niño viene estipulado en el contrato, por lo que no puedo hacer nada al respecto —sisea con descaro y una mirada altanera—.  En cuanto nazca, nos vamos a divorciar, ya no hay vuelta atrás, no quiero seguir al lado de una mujer como tú. 

Duele, el pecho me duele con cada una de sus palabras, la barbilla me tiembla y no puedo detener por más tiempo las lágrimas, hipeo en el intento de no dejar ver esta parte débil ante él. 

—¡No llores, tus malditas lágrimas no van a hacer que cambie de opinión! —brama rojo del coraje. 

Intento dar un paso adelante para acortar la distancia que nos separa, pero él levanta la mano dándome un alto, se agarra el puente de la nariz. 

—Por favor —mi voz es apenas audible—. No te enojes, si hice algo que te molestara… 

Alza la mirada y sus ojos son como dos llamas. 

—¿Algo que me molestara? —ironiza de manera cruel—. ¡¿Acaso no lo ves?! Toda tu existencia me molesta, el verte me enferma y ni siquiera puedo creer que en algún momento tuve el valor para follarte. 

—Dices cosas sin sentido, debes estar estresado por el trabajo —susurro.

—No.

De la nada, acorta el espacio y levanta mi rostro con crueldad, ejerciendo la suficiente fuerza. 

—Me repugnas, Melody, no te amo, ni siquiera me gustas, el follarte también fue por el contrato, y tuve que beber hasta encontrarme con el grado suficiente de alcohol en mí sistema, que me hiciera más fáciles las cosas —agrega con un odio nítido tanto en su mirada como en su voz gruesa y ronca—. El hijo que llevas en el vientre solo es un medio para un fin. 

Me suelta y reprimo el llanto que me atesora, el nudo que se forma en mi garganta duele demasiado. Recuerdo aquella noche, él solo llegó ebrio, se metió debajo de las sábanas, me abrió las piernas sin más y me folló, no le importó siquiera que esa fuera mi primera vez. Dolió, no fue amable, y yo solo le atribuí que estaba estresado. 

Cuando nos casamos, luego de la boda frente a la iglesia, no me besó o tocó más, no tuve luna de miel porque él tenía mucho trabajo en la empresa, ante el público siempre fue amable y disfrutaba de eso, el estar rodeados de gente importante me hacía vivir mi sueño de que él me viera como su mundo, pero cuando estábamos a puerta cerrada, era un hombre totalmente diferente. 

Se encerraba en su estudio por horas, hablando por teléfono, no comíamos, cenábamos y mucho menos desayunábamos juntos. He hecho todo para retenerlo a mi lado, y ahora que mis ojos se clavan en los papeles sobre el escritorio, me doy cuenta de que nada ha valido la pena. 

—Firmarás —afirma con seguridad—. Ya no quiero estar un solo día a tu lado. 

—¿Desde cuándo has pensado en esto? —trago grueso. 

—Desde el inicio, cuando mis padres me obligaron con amenazas a mi herencia, que debía casarme contigo, saboree el día en el que por fin te pidiera el divorcio y acabar con toda esta farsa —me explica con orgullo. 

—Roman —cierro los ojos por un momento—. No lo hagas, por favor. 

Abro los ojos y dejo que mi llanto aflore de nuevo. Ajustando mi agarre sobre mi vientre. 

—Yo te amo —sollozo—. Te he amado desde que era una niña, por favor, danos una nueva oportunidad, prometo ser la esposa que siempre has querido. 

Roman suelta a reírse cruelmente. 

—¡Yo no puedo estar al lado de una m*****a mentirosa como tú! —exclama con coraje—. ¡Eres una víbora venenosa que intentó matar a la mujer que amo, la única mujer con la que me quería casar desde un principio, la mujer de la que estoy enamorado!

Siento que el mundo se detiene con esas palabras. 

—¿Qué? —retrocedo—. ¿Estás viendo a otra mujer? 

Muchas veces supuse algo como esto, pero la realidad es un monstruo diferente. 

—¡Deja de actuar como si no supieras que amo a Emilia, y que estoy esperando un hijo con ella, un bebé que sí deseo, que voy a amar y que anhelo tenerlo entre mis brazos! 

Siento que me voy a desmayar. 

—¿Emilia? —el dolor en mi pecho es brutal y cubro mi boca con la mano—. ¿Mi hermanastra?

—¡Deja de actuar, ella me contó que cuando te enteraste de lo nuestro, solo fuiste a su casa e intentaste aventarla por las escaleras para que perdiera al bebé! 

—No… yo no hice… 

—¡Deja de mentir, joder! —Roman levanta su mano a punto de darme una bofetada. 

Cierro los ojos esperando el golpe que nunca llega, porque se ha ido, no puede creer que mi hermanastra y él… estén juntos. Agarro los papeles del divorcio y sollozo, porque tengo el corazón roto, porque la verdad me está matando, porque… el hombre que amo, me odia y ama a mi hermanastra Emilia. 

Intento levantarme para buscarlo, pero justo cuando lo hago, una de las chicas del servicio me informa que se ha ido, y entonces sucede, me viene una punzada en el vientre, y enseguida un líquido recorre mis piernas, la fuente se me ha roto. 

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