La Dama Perfecta Del Sr. Park
La Dama Perfecta Del Sr. Park
Por: Kim Mari
Capítulo 1. Reto

[ARI]

—¡Ah qué no puede! —exclama mi hermana, Elena, haciendo una seña con su mano para avergonzarme frente a sus amigas —. No es suficientemente valiente para hacer esto. 

Apenas dice, se echa un trago de ponche y me mira como si me quisiera desafiar. 

—El de traje gris —señala, con su mano extendida y una copa entre sus dedos, a un sujeto de edad media o quizá incluso mayor, puesto que lleva una espesa barba blanca. En definitiva no, ni loca pienso ir ahí. Elena continúa —. Si no te sientes lo suficientemente bonita o capaz para hacer que te note, lo entendemos. 

Agacho la mirada, clavando mi vista en las puntas de mis bailarinas. 

—Yo…

—Yo digo que mejor le des una lección antes —Dice Patricia, la mejor amiga de mi hermana. Sus ojos son claros, su cabello ea negro y es de mediana estatura. Lleva puesta una minifalda jeans y un top rayado de color miel. Elena la mira con una sonrisa ladeada y me entrega su ponche antes de caminar unos metros hasta donde está el tipo de traje gris, que desde donde estoy no le veo bien el rostro gracias a las luces neón. 

Es un éxito. 

Claro, era obvio. 

Puedo ver como el tipo le sonríe abiertamente antes de darle una factura —en la que creo que va anotado su número de teléfono —y una copa de vino caro, del que está tomando. 

Patricia y Jen, su otra amiga, me miran con una sonrisa que no logro descifrar y mis mejillas arden al imaginar que luego de eso tengo que ir yo. 

Soy un poco tímida, lo acepto, y el reto que me han impuesto es algo que jamás estando en mis cinco sentidos haría, pero el ambiente en el que estamos corrompe un poco mi concentración, los gritos y risas de sus amigas me motivan a dejar que mi lado manipulable tome el puesto de mi conciencia, y el calor que hace en la pista, a pesar de mantener el aire acondicionado del área VIP encendido, hace que inmediatamente mi mente se replantee la opción de ¿Qué tan malo sería? Es como estar asfixiándome con la decisión que tengo que tomar, y ¡Vamos! Mis decisiones muy pocas veces son tomadas en cuenta; por ello, mejor me quedo en silencio. 

Silencio que aprovechan sus amigas para quejarse y hacerse de malas caras. 

—En definitiva, esta es la peor fiesta a la que he asistido. 

—¿Y si vamos a otro club nosotras tres? —sugiere Jen, siendo clara con sus palabras al decir que yo no estoy invitada. 

—¡Vamos, Ari! ¡No seas aguafiestas! No sé ni para qué le hice caso a papá en traerte a este lugar a celebrar tu cumpleaños. Hubiera sido más fácil que lo celebraras como hace un año en el convento —se burla Elena, y sus amigas comienzan a reír. 

Mis mejillas se tornan rojas, mis manos se sienten cada vez más frías y no sé por qué ese comentario me ha afectado más de lo que debería. Quizá porque no era del todo un lugar en el que deseara estar. O porque fue gracias a ella y a su madre que fui a parar ahí. No era el lugar, era yo. Mi principal razón por la que rogué que me dejaran salir. 

Hoy es mi cumpleaños número diecinueve, es mi día y por fin siento que mi relación con mi media hermana no puede ir tan mal. Quizá soy un poco ingenua cuando de Elena se trata, como mi mejor amiga siempre me lo ha dicho, pero a veces quisiera no llevarme tan mal con ella, por el bien de papá. 

Estoy nerviosa, no lo puedo negar. Sin embargo, no pienso mucho en las consecuencias o, en nada, en realidad; sus palabras han calado hondo en una parte de mí que quizá ni yo sabía que existía. Por lo que, dándome valor, tomo mi bebida de un trago, seco el sudor en mi falda azul con paletones y me abro paso entre algunas personas que bailan animados en en centro de la pista, dejando que sus cuerpos se dejen llevar por un movimiento lento y poco recatado al ritmo de la música. 

Y es ahí cuando lo veo. 

El sujeto parece estar serio pensando en algo, está demasiado distraído como para ligar, y lo sé porque todas las chicas que se acercan a él a la butaca VIP se van bastante decepcionadas después de intercambiar un par de palabras con él. 

Sí tan solo pudiera tener esa facilidad de acercarme a él como todas las otras y decirle que necesito un favor suyo… bueno, dicho de otras maneras, que me ayude a fingir que no le soy indiferente, que le he atraído aunque sea un poco y me ayude a escapar del escrutinio lejano del que persiste Elena y sus chocantes amigas. 

Pero no puedo. No soy una de esas chicas con facilidad para hablar. De hecho, nunca lo he sido. Según papá, comencé a hablar abiertamente a los cuatro años. 

Todo un récord ¿eh?. 

Miro al tipo que, sin dejar de ver al vacío, bebé un trago de su copa y la sacuden despacio haciendo círculos en el aire para luego llevarla de nuevo a su boca. 

¿Y si es un degenerado? 

No, esto no está bien. Prefiero ser una santurrona toda la vida y llevarme mal con Elena lo que falte de nuestra existencia. Pero no, no haré est… 

—Hola. 

¡¿Qué rayos estoy haciendo?!

Entre cavilaciones he llegado a su lado. 

No era ese el plan, pero mi cuerpo ha tomado sus propias decisiones y me ha hecho llegar hasta él…

Con torpeza extiendo mi mano y noto como el extraño levanta su mirada de su copa y me mira con desconfianza. 

Bien, Ari. Ya estás aquí, así que… 

—No estoy interesado —Espeta, volviendo su absoluta concentración a la copa medio llena. 

Mi mente divaga por un millón de opciones, no sé qué estoy haciendo y desde esta distancia puedo escuchar las risas de las tres víboras que están pocos metros atrás. Creo qué él lo nota, porque voltea a verlas, pero no hace nada más que llevarse de nuevo la copa a la boca a cada momento. 

—Yo…

—Ya dije que no estoy interesado. 

Asiento, pasando saliva para poder hablar. 

—Yo tampoco —bajo la mirada y rasco un poco mi brazo —. La cosa es que, solo quería pedir un favor… 

—¿Se te han perdido tus padres? —bufa, mirándome con un poco de burla. 

Eso me ha molestado, pero lo dejo pasar porque, al final de cuentas, ni siquiera lo voy a volver a ver. 

—Soy mayor de edad —aclaro, en un firme e inútil intento de sonar más madura —. Y no, no vine a ligar contigo… 

—Yo no dije eso. Pero ya que es así, llénala… 

Me extiende la copa. 

Este tipo es, en toda la extensión de la palabra, un cretino. 

—No soy camarera. 

Baja la mano y respira como quien no tiene paciencia para derrochar. 

—¿Y luego? —pregunta en un tono nada amable —. No me interesan las… 

—mujeres, lo entiendo —lo corto, y él abre sus ojos en sobremanera, en una expresión difícil de leer. 

—¿Disculpa? 

—Por eso has rechazado a todas esas chicas…

Sonríe de lado con sus ojos cerrados y niega, pero al levantar la mirada y notar como el chico que está a dos metros de nosotros, cerca de la barra, le extiende una copa y le guiña un ojo; me mira de nuevo con bastante seriedad. 

—No soy… 

—Y es por eso que me atreví a acercarme —lo señalo con un poquito más de soltura. Ya que no se ha molestado en negar lo contrario, siento que puedo contarle un poco más de mis problemas, y mis planes con su no correspondida persona —. Escucha, mi hermana y sus amigas quieren que ligue a alguien. Es mi cumpleaños y se han propuesto fastidiarme haciéndome jurar que esta noche me iré con un chico y perderé mi flor, pero no es algo que me suene seguro y… 

—Yo no… 

—¡Y ya sé que te gustan los hombres y no las mujeres, pero en serio necesito tu ayuda! Solo que finjamos salir de aquí a un lugar más privado, luego cada quien sale por su lado y… ¡Por favor no me mates si eres una especie de psicópata! 

Exclamo, atrayendo de nuevo un par de miradas más. 

El sujeto alto, de cabello negro, desordenado, ojos azules y sonrisa irresistible se levanta, me mira como si lo último que dije fuera lo primero que pasa por su cabeza y, cuando va a decir algo, el tipo rubio de hace rato —el que le guiñó el ojo —se acerca con dos copas a nosotros. 

—Vámonos de aquí —dice, tomándome la mano con premura, para después llevarme fuera del club y jalarme consigo hasta la parada de taxis. 

Una vez el aire fresco me pega en el rostro, mi mente se enfría un poco y me vuelvo un ovillo, sintiendo como su mano sigue sosteniendo la mía. 

Creo que se da cuenta, porque al instante me suelta como si mi tacto le quemara. 

—No me mates… 

Rueda los ojos. 

—No soy un psicópata y tampoco me gustan los hombres. 

Parpadeo un par de veces. 

Cierto, yo dije eso. 

—Sí, bueno… dicho eso, me voy… 

—Ah, no —me detiene del brazo —. Querías ir a otro lado ¿no?. 

Trago saliva, me cohibo en mi sitio y cuando se acerca a mí con intenciones de besarme, cierro los ojos y arrugo mi entrecejo. 

Lo siguiente que pasa es que su risotada alcanza mis oídos y abro mis ojos de ipso facto. 

—No sé quién eres y eres un desastre, pero me has hecho la noche —dice divertido. Sacude mi cabello, se da media vuelta entre pequeñas risitas y camina un par de metros, antes de que, sin saber porqué, lo detengo. 

Me mira contrariado y mis mejillas no pueden estar más rojas.

—¿Y si… si terminamos la noche y después cada quien toma su camino? —sugiero, con mis ojos llorosos y mi rostro caliente y sonrojado. 

Es quizá mi forma de decirle "adiós" a la inocente Ari que fue excluida por su familia en un convento. O quizá la bebida de hace rato sigue haciendo estragos en mi cabeza. Solo sé que cuando regresa y me toma del rostro para darme mi primer beso,

todo lo demás desaparece. 

Y solo somos el flamante desconocido… Y yo… 

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