Treinta minutos más tarde, salgo de un vestidor con aroma a lavanda con una coqueta falda de tenis y un polo sin mangas que le he prestado a Piper.
―Te ves muy bien―, me tranquiliza.
―Parezco como si acabara de salir de una película de Wes Anderson―, digo, mirando alrededor del club inmaculado.
Tyler está esperando junto a la cancha en impecables tenis blancos.
―Antigüedades… Tenis… Galas benéficas, ― le digo, ―¿Vamos a jugar bingo de ricos? ¿Qué sigue, un pequeño paseo en tu yate?
―Si juegas bien tus cartas―. Tyler me guiña un ojo, atrayéndome a sus brazos. Su cuerpo es cálido contra mí, y sus manos se deslizan suavemente sobre mis hombros desnudos antes de levantar mi rostro para besarme.
Un beso totalmente fingido, para nada genuino, que debilita las rodillas.
Nervioso, retrocedo bruscamente, a tiempo para ver a Zora acercándose, con...
—Tienes que estar bromeando —gimo por lo bajo. Pero, por supuesto, es Georgia, ataviada con un diminuto vestido de tenis que revela kilómetros de