La Asistente del señor Norton
La Asistente del señor Norton
Por: Samantha Leoni
Conseguir un empleo

Normalmente no era de esas mujeres que se alteraban y desesperaban por cosas triviales, cómo el deseo de conseguir un hombre o formar una familia.

Era de las que iba por la vida sin apuros, que salía disfrutar del aire fresco en verano y se quedaba tomando un chocolate caliente y leyendo en su cuarto en el invierno, solo contemplando una rosa florecer o encontrando placer en ver una serie o película al final de la tarde.

Pero hoy era diferente, necesitaba un nuevo trabajo y con urgencia.

Había sido despedida de mi anterior empleo en un local de comida rápida. ¿El motivo?, arrojarle la comida y un refresco a uno de los clientes que pasó a recogerlo por la ventana del auto servicio. El muy maldito me había dicho que debía trabajar en algo más apropiado; cuando le pregunté a qué se refería, me dijo que con mi cara bonita no debía preparar salchichas, sino arrodillarme y comerlas.

No pude evitarlo, era un anciano grasiento y desagradable, nadie me trataba así.

Para mi mala suerte, mi jefe pasaba por allí en ese momento y me pilló infraganti, con el hombre vociferando insultos y las manos crispadas por la furia.

Ni siquiera me dijo nada, yo solita me quité el gorro de la cabeza y me fui de allí, apretando los dientes y maldiciendo el universo. También estaba sin casa desde el año pasado, esta se había quemado en un incendio, sucedió mientras yo estaba en el trabajo.

Mamá y papá murieron en él.

Mi amiga Estela, de la universidad, me dio un lugar donde quedarme pero hasta ahora, ella era la que estaba trabajando y yo no necesitaba dinero, si no, debía irme.

Había estudiado una carrera, ¿y para qué?, para terminar en un puesto de comida rápida con viejos morbosos que me miraban demasiado y decían cosas obscenas.

Arg, odiaba a los pervertidos.

Mi amiga me había dicho que podía conseguir un trabajo, pero que no sería fácil; ya que muchos habían renunciado a él. Eso fue algo que me llenó de curiosidad, haciéndome preguntar qué clase de empleo era; que hacía ahuyentar a las personas que querían formar parte.

—No te olvides de llegar temprano a la entrevista —me advirtió mi amiga, alzando un dedo.

—Hablas como si siempre llegara tarde a todos lados —rodé los ojos y ella puso sus manos en las caderas, mirándome con reproche—. ¡Está bien! Prometo no llegar tarde, ¿ya estás feliz?

Refunfuñé durante un largo rato, maldiciendo todas mis desgracias y esperando que me cayera un rayo encima o de plano, me orinara un perro.

"No digas tarugadas, que todo lo que piensas, se cumple", atacó mi conciencia.

—¡Tú cállate, metiche! —Espeté en voz alta.

—¿Disculpa? —Estela exclamó, entre molesta e incrédula.

Me volví hacia ella rápidamente, alzando las manos y deshaciéndome en disculpas. ¿Tenía que aclararle que a veces me volvía loca y hablaba conmigo misma?

Ni hablar.

—No hablaba contigo, hablaba con… migo misma — dije avergonzada, con las mejillas ardiendo.

Pensé qué se reiría de mí, pero se limitó a encogerse de hombros, dándome una sonrisa comprensiva.

—A veces también lo hago, descuida.

—¡Eres la mejor! —la abracé con efusividad y ella me quitó de la repentina invasión de espacio personal, riéndose a carcajadas.

—Sí, sí, sí —puso los ojos en blanco—. Guarda esa energía para la entrevista, ya te dije que no era fácil.

La miré con el ceño fruncido.

—¿Qué no dijiste que el trabajo era difícil? —me crucé de brazos—. No me digas que ahora tendré que convencer a una vieja gruñona de más de cincuenta años que soy completamente apta para archivar papeles y contestar teléfonos.

—El puesto es para secretaria administrativa del vicepresidente, también está el de asistente personal del jefe de la compañía Norton & Brooks —me señaló—. Ese último es un puesto muy codiciado y a la vez temido.

—Estela, es una cosa o es otra —dije pensativa. ¿Cómo alguien va a codiciar algo y temerle a la vez?

—Cuando conozcas al jefe, lo entenderás —se encogió de hombros—. Pero no tienes que preocuparte, seguramente vas a toparte muy pocas veces con él, así que estás a salvo.

Ella fue a trabajar y yo me quedé viendo series y comiendo palomitas de maíz. Estaba completamente aburrida, me había acostumbrado a trabajar y a tener todo por mi cuenta, necesitaba dinero no solo para pagar el alquiler, sino para conseguir mi propio apartamento.

No sé en qué momento me quedé dormida, quizá por aburrimiento, pero cuando me vine a dar cuenta estaba en mi cama, así que seguí durmiendo porque continuaba oscuro.

El aparato del demonio no dejaba de sonar, me removí un poco sobre mis sábanas para tomarlo, estiré lo más que podía para alcanzar mi teléfono que reposaba sobre mi mesa de noche, pero al tocar esa zona, no hallé nada.

Levanté perezosamente la cabeza, achicando un poco mis ojos, por culpa de la luz del día que entraba por las persianas.

—¿Bueno? —dije al contestar.

—Sara, ¿qué haces aún durmiendo?

—¿Estela? —pronuncié, aturdida por su voz—. ¿Para qué me llamas?

—¡Tienes una entrevista de trabajo hoy, tonta! —Me levanté de golpe al escucharla.

—Mierda…

Salté de la cama, tirando el celular en ella. Caminé con prisa hasta mi baño y me recogí el cabello en un moño desastroso. No tenía tiempo que perder, así que lavé mis dientes con rapidez y dejé toda la ropa desperdigada por el baño, ya tendría tiempo para recogerla después.

Tomé lo primero que vi en mi armario, me regañaba mentalmente por quedarme dormida y además, me había acostado muy tarde viendo estúpidas y cursis películas de romance, un impulso ridículo que ni siquiera entendí por qué me dio.

Estaba capacitada en el área laboral, era bastante inteligente y tenía un buen currículum, todo lo que pedía en esa compañía y por suerte; todo lo tenía, excepto por mi vestimenta.

Seguramente tendrían una muy peculiar imagen sobre mí, al ver lo que llevaba puesto, pero qué más daba. Mi ropa no daría el trabajo, ¿cierto?

Por fin salí como alma que llevaba el diablo, pero mi estómago rugía. Necesitaba echarle algo al tanque o me desmayaría en brazos de mi jefe y seguramente terminaría vomitando, al ser un viejo gordo, calvo y panzón, como seguramente eran los jefes de compañías así de grandes y exitosas.

Me detuve en un pequeño puesto de comida y pedí un café y un pastel de manzana para llevar. Olía delicioso y mi estómago rugió con más fuerza, así que le di un buen mordisco a mi bizcocho, cerrando los ojos para deleitarme con la masa que se derretía mi boca como si fuera magia.

"Por Dios, esto es casi un maldito orgasmo", suspiré con deleite.

—Interesante comparación.

Quizá fue la voz qué se oyó muy cerca de mí o porque estaba con los ojos cerrados, pero pronto noté que había soltado mi café encima de alguien que murmuraba maldiciones en… ¿inglés?

Bueno había estudiado administración de empresas, pero siempre fue muy buena en inglés, no solo porque mi padre era americano, sino porque me encantaban los idiomas, así que entendí casi perfectamente lo que el hombre estaba diciendo.

—Disculpe señor, no fue mi intención echarle mi café encima —me deshice en disculpas y él alzó la mirada, con expresión irritada.

Era increíblemente atractivo como un rayo de sol en medio de la oscuridad, como una botella fría de refresco en medio de un desierto, como una melodía exquisita en medio de un baile.

"Basta de comparaciones idiotas, pareces tarada", atacó mi conciencia de nuevo.

—¿Cómo puedes andar a mitad de la acera con los ojos cerrados? —casi no sentí su acento, era ligero, pero ahí estaba. Se veía molesto—. Alguien puede llevarte por delante y en mi caso, echarse encima tu café.

Miré su camisa con una enorme mancha y apreté los labios, aguantándome las ganas de reír como posesa. Sus abdominales se veían bastante marcados, era como la fina pieza de una obra de arte.

—¿Ahora parezco un bufón? —alzó una ceja, mirándome con prepotencia y arrogancia.

Uff, no soportaba que me miraran así.

—No sea tan amargado, Don —puse los ojos en blanco—. Solo fue un accidente, mire que también he manchado mis zapatos —hice una mueca de disgusto—. Joder, esto es perfecto.

Me di media vuelta para irme, pero él me tomó del brazo y volteé a mirarlo, como si de pronto se hubiera vuelto verde.

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