04 | ¿Por cuánto te vendes?

Se sentó en su cama a revisar su correo. Todo eran facturas y recibos. No tenía ni idea de por dónde empezar. Había intentado pagarlas poco a poco, pero de alguna manera, sentía que estaba en el mismo punto. Después de que sus padres fallecieran, había decidido mudarse de su antiguo apartamento donde habían vivido juntos y buscar un lugar más pequeño y barato y, sin embargo... las cosas no iban tan bien como ella quería.

Se sintió cansada y se tiró de espaldas en la cama y miró al techo.

Suspiró.

Cogió el relicario que llevaba al cuello y lo abrió para ver la foto de sus padres con ella en el centro.

—Mamá, papá... ¿cuándo tendré mi avance? Os echo tanto de menos —dijo mirando la foto con cariño.

Su teléfono sonó de repente y lo cogió de su lado en la cama.

—Hola —habló ella, sonando cansada.

—Hola, ¿hablo con la señorita Emalinne Steele? —Una suave voz de mujer llegó sonando pulida y bien entrenada.

—Sí, es ella.

—Enhorabuena, señorita Stelle. Acabas de conseguir el trabajo como P.A. del Sr. Rosetti. Eres...

—¿Yo qué? —exclamó en voz alta mientras se incorporaba inmediatamente, sintiéndose sorprendida y conmocionada.

—Conseguiste el trabajo para el que te entrevistaste esta mañana...

—Pero, ¿cómo? yo... Pensé que me habían rechazado. ¡Me pidió que me mostrara fuera de su oficina!  —narró ella, aún sorprendida por la noticia.

—Bueno, me pidieron que le informara que se presentara a trabajar mañana por la mañana. ¿Puede hacerlo?

—¡Si! ¡Si!! ¡¡Sí!! Allí estaré. Muchas gracias por esta oportunidad —exclamó feliz antes de que se desconectara la llamada.

No podía creer que esto estuviera sucediendo. Pensó que había perdido su oportunidad, pero milagrosamente, de alguna manera, había conseguido lo que quería.

Como había tanta alegría en su corazón, se olvidó de su tobillo y bajó de la cama hasta ponerse de pie.

—¡Ay! —exclamó al caer al suelo.

* * * * *

Permaneció pacientemente en la parte trasera del ascensor con una sonrisa en la cara. Se aseguró de levantarse a tiempo esta vez. De acuerdo, quizá no llegó temprano, pero tampoco llegó tarde. Mientras miraba a las personas de clase trabajadora que estaban en el ascensor con ella y que vestían de forma profesional, su sonrisa se hizo más amplia. Por fin había conseguido un trabajo de oficina. Una señora que estaba a su lado se fijó en su espeluznante sonrisa sin motivo y Ema lo supo.

—Ahora trabajo aquí... como usted —le dijo a la señora con entusiasmo mientras señalaba la tarjeta de identificación que llevaba la mujer al cuello. La mujer se limitó a asentir lentamente mientras miraba a Ema con extrañeza antes de apartar la mirada de ella.

A Ema no le importaba la mirada de la mujer. Había compartido su felicidad y eso era lo único que importaba.

El ascensor se abrió y Ema vio a su nuevo jefe de pie frente a él. Se preguntó si iba a subir. Su pregunta fue respondida cuando él entró después de que algunas personas salieran. Las pocas personas que había en el ascensor le saludaron con respeto. Se preguntó por qué había cambiado de opinión y la había llamado. Había dicho claramente que ella no era apta para el trabajo. Le había pedido que saliera de su despacho y, de repente, la había llamado para que se presentara en el trabajo. Sin embargo, sintió que le debía una disculpa por la forma en que le había hablado ayer y por... bueno, hablar un poco mal de él. También tenía que agradecerle que la hubiera reconsiderado y la hubiera llamado.

—Lo siento, por favor, discúlpenme... por favor, discúlpenme —suplicó mientras lograba abrirse paso entre algunas personas, con cuidado de no lastimarse el tobillo.

—Disculpe, señor. —Intentó llamar su atención cuando finalmente se puso a su lado.

La miró de reojo sin girar la cabeza en su dirección.

—Hola. Soy Ema... tu nueva asistente personal. Yo... Sólo quería darte las gracias por devolverme la llamada. No quise...

Las puertas del ascensor se abrieron y él salió al instante, dejándola atrás, y los demás en el ascensor también lo hicieron.

Intentó salir rápidamente, pero... bueno, su tobillo no ayudaba a la situación. No iba a perder su nuevo trabajo por culpa de su tobillo. Al menos no estaba fracturado, sino que sólo era un esguince. Ya se recuperará. Intentó aumentar el ritmo para alcanzar a su jefe, pero era imposible, ya que sus piernas eran más largas que las de ella y sus pasos más rápidos.

Finalmente se acercó a su despacho y se cruzó con unos cuantos empleados que trabajaban duro en su mesa. Se sintió sorprendida por el ambiente. Hacía tiempo que lo deseaba. Se dio cuenta de que su jefe estaba hablando con la misma mujer amable que la había ayudado a llegar a su oficina ayer. Ema se alegró de verla. No llegó a averiguar su nombre ni a darle las gracias.

Finalmente llegó a donde estaban pero justo en ese momento, él se alejó hacia su oficina.

Sin darse cuenta, suspiró al ver que su duro trabajo se había ido al garete.

—Ema, ¿verdad? —preguntó la mujer con una sonrisa mucho más cálida que la de ayer.

Ema asintió felizmente al ver que podía recordar su nombre.

—Sí. Muchas gracias por toda tu ayuda —agradeció Ema.

—Está bien, pero... ¿qué te ha pasado en el tobillo? ¿Puedes trabajar así?

—Sí, sí puedo. No es nada. Se curará en unos días. Estoy en condiciones de trabajar —se defendió Ema, tratando de mostrar su vitalidad.

—Bueno... No estoy tan segura de eso considerando que estás trabajando para el Sr. Rosetti...

—No se preocupe por mí. Le aseguro que puedo arreglármelas —le aseguró a la mujer con una amplia sonrisa.

—De acuerdo, si tú lo dices. Soy la señora Sandy Williams pero puedes llamarme Sandy. Te explicaré algunas cosas más tarde, pero por ahora, el señor Rosetti quiere verte en su despacho —le dijo Sandy y Ema asintió.

Respiró profundamente en cuanto estuvo frente a su despacho. Se aseguró de que podía hacerlo y llamó a la puerta.

—Entra —oyó su voz al responder a su llamada y entonces giró el pomo, empujó la puerta y entró.

Al igual que ayer, tenía los mismos gestos y la misma rutina. Se limitó a mirar los papeles que tenía delante y no la miró. Ella se acercó con cuidado a su escritorio mientras cojeaba. Se esforzó por ocultar que su tobillo no estaba bien.

Se paró frente a su escritorio y esperó a que él hablara. Después de todo, él la había llamado.

—¿Qué te ha pasado en el tobillo? —le preguntó de repente sin mirar hacia ella.

Se preguntó cómo se había dado cuenta sin mirarla. Apenas, o más bien no se había fijado en ella cuando se encontró con él en el ascensor antes.

—Yo... tuve un pequeño accidente, pero estoy...

—¿Puedes correr? —preguntó, interrumpiendo otra pregunta desconcertante.

—¿Perdón? —preguntó confusa, y él levantó los ojos hacia ella y enarcó una ceja. —¡Oh, correr! Claro que puedo. Solía ser una buena corredora en el instituto. Quiero decir, todavía corro muy bien...

—Señorita Steele —la interrumpió.

—S-sí, señor —respondió ella, mientras algo le decía que se había equivocado.

—Si vas a trabajar para mí, tendrás que dejar de parlotear en exceso. ¿He sido claro? —le dijo mientras la miraba fijamente, y ella asintió rápidamente con la cabeza.

—S-sí, señor. Lo entiendo muy bien. Tengo que dejar de hablar... —Se dio cuenta de que estaba a punto de continuar cuando él levantó las dos cejas hacia ella.

Al instante se cubrió la boca con ambas manos.

—Lo siento, señor —se disculpó al darse cuenta de su error.

—Corre —le ordenó mientras se relajaba en su asiento.

—¿Perdón? —preguntó ella, confundida de nuevo. Él la miró fijamente sin repetirse.

—¿Como... correr... aquí? —le preguntó ella, preguntándose por qué querría él que eso sucediera. Ella sabía que definitivamente estaba tratando de ponerla en el suelo.

Echó un vistazo a la oficina y luego volvió a su cara. No pudo entender la expresión de su rostro. ¿La estaba desafiando? Era obvio que había mentido acerca de que su tobillo estaba en perfecto estado. Se preguntó por qué querría restregárselo.

—No tengo todo el día, señorita Steele —interrumpió sus pensamientos.

Tenía que hacer algo. Dio unos pasos hacia atrás con cuidado y respiró profundamente, preparándose para correr mientras le rogaba a su tobillo que no le fallara.

—Reúnete con la señora Williams fuera —la interrumpió, justo cuando estaba a punto de dar el primer paso para correr.

Se sintió frustrada por su costumbre de cambiar de tema de conversación. Levantó la vista hacia él. No había remordimiento ni cambio de expresión en su rostro.

—Ella te explicará tu trabajo —le dijo y apartó la mirada mientras continuaba con el trabajo que tenía delante en su mesa.

Soltó un suspiro de alivio. Estaba bien y podía irse. Se dio la vuelta para marcharse.

—Señorita Steele —la llamó para que se detuviera. Ella se volvió hacia él.

—¿Sí, señor?  —respondió con un nuevo conjunto de energía.

—¿A cuánto asciende su patrimonio?

—¿Perdón? —preguntó ella, confundida de nuevo.

—Señorita Steele, hay dos cosas que odio. La repetición y el exceso de palabrería. Cuando hago una pregunta, espero una respuesta simple y directa. ¿Soy claro?

—S-sí, señor —logró responder, aún sintiéndose un poco confundida.

Le planteó otra pregunta desconcertante.

—¿Con cuánto se puede comprar? —Ella se sintió confusa ante la extraña pregunta, pero estaba dispuesta a darle una respuesta.

—Siento decir esto, señor, pero no se me puede comprar por ninguna cantidad. Vivo claramente de los buenos principios —le dijo con valentía y una sonrisa. No tenía ni idea de qué iba todo esto, pero se iba a asegurar de dejar una buena impresión.

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