Laura, una asistente en una prestigiosa clínica de cirugía plástica, descubre que su jefe, el doctor Alejandro Montoya, está profundamente involucrado en negocios turbios con el crimen organizado. Con el corazón dividido entre el temor y la necesidad desesperada de dinero para salvar a su madre enferma, Laura se ve atrapada en una red de poder, corrupción y peligro. Poco a poco, Alejandro la seduce y ambos terminan envueltos en un vínculo en el que el amor y el riesgo se entrelazan peligrosamente. Sin embargo, la amenaza constante del despiadado capo Ramírez y la oscuridad de los secretos de Alejandro los lleva al límite, obligándolos a enfrentarse a sus peores miedos y a luchar por sus vidas. “Seducida por mi Jefe” es una historia de acción, suspenso y amor, donde los personajes desafían sus propias limitaciones y se atreven a cambiar el rumbo de sus destinos. Enfrentarán a un enemigo que parece invencible, pero encontrarán en la valentía y el amor el motor para seguir adelante. Descubre cómo Laura y Alejandro desafían a la oscuridad para finalmente alcanzar un nuevo amanecer, juntos.
Leer másLaura empujó la puerta de vidrio con el hombro mientras sostenía una bandeja con tres cafés humeantes. El aroma amargo llenaba el pasillo de la clínica de cirugía plástica donde trabajaba, una mezcla de lujo y tensión que impregnaba cada rincón de aquel lugar. Los pisos relucientes, pulidos hasta el extremo, y las paredes decoradas con arte moderno reflejaban una sofisticación que contradecía la sencillez de su propia vida. Aquella ostentación la hacía sentir pequeña, como una intrusa que intentaba encajar en un mundo ajeno.
El murmullo distante de conversaciones en voz baja y el suave zumbido de las máquinas de la clínica creaban un ambiente controlado, casi estéril. Laura avanzó por el pasillo, con los tacones de sus zapatos resonando de manera acompasada. Al llegar al final del pasillo, tocó la puerta de la oficina del doctor Alejandro Montoya, pero no esperó respuesta. Entró con la misma confianza que había desarrollado tras años de trabajar allí, porque sabía que el tiempo era oro, y no podía permitirse dudar.
—Aquí están los cafés, doctor Montoya —dijo, dejando la bandeja sobre el escritorio de vidrio pulido.
Alejandro levantó la vista de la pantalla de su computadora, sus ojos oscuros destellando un momento de reconocimiento antes de asentir con una leve sonrisa. Laura nunca podía leer del todo esa sonrisa; siempre parecía estar a medio camino entre la amabilidad y el desafío, como si él supiera algo que los demás no.
—Gracias, Laura. ¿Cómo está tu madre? —preguntó, tomando uno de los cafés.
Laura tragó saliva, sorprendida por la pregunta inesperada. No era común que Alejandro mostrara interés en asuntos personales. Era un hombre de pocas palabras, reservado y enigmático, siempre enfocado en su trabajo. En ese entorno, la vulnerabilidad no tenía lugar, y la pregunta sobre su madre tocaba una fibra demasiado personal.
—Está estable, gracias —respondía, intentando mantener su voz firme, a pesar de la ola de preocupación que la recorrió. Sabía que cualquier muestra de debilidad podía ser vista como una falta en la clínica. Alejandro la observó un momento más antes de volver su atención al monitor, sus dedos largos y precisos tecleando rápidamente.
—Me alegra escuchar eso —dijo, sin apartar la vista de la pantalla—. Necesitaré que revises los horarios de las cirugías de la próxima semana. Hay algunas adiciones que aún no están en el sistema.
Laura asintió y salió de la oficina, cerrando la puerta detrás de ella con un suspiro de alivio. Cada interacción con Alejandro la dejaba con una sensación de inquietud, como si él supiera más de lo que dejaba ver, como si cada palabra estuviera cargada de un significado oculto que ella no lograba desentrañar.
De regreso en su escritorio, se encontró con Yair, un enfermero que había trabajado en la clínica durante casi el mismo tiempo que ella. Tenía una sonrisa cálida y unos ojos amables que siempre parecían iluminarse cuando la veía. Yair era, de alguna manera, su ancla en ese mundo de lujo y apariencias.
—Hey, ¿cómo te fue? —preguntó Yair, inclinándose sobre el borde del escritorio de Laura, con una sonrisa que buscaba alegrar la tensión del ambiente.
—Lo de siempre —respondía Laura con una sonrisa forzada, sabiendo lo mucho que a Yair le gustaba preguntar sobre sus interacciones con Alejandro—. Solo me pidió que revisara unos horarios.
Yair asintió, pero Laura podía ver la preocupación en sus ojos. Yair siempre había sido protector con ella, y aunque Laura apreciaba ese cuidado, también sabía que los sentimientos de él iban más allá de la amistad. Yair estaba enamorado de ella, y era algo que Laura había intentado ignorar durante mucho tiempo. No es que Yair no fuera un buen hombre; era amable, leal y siempre estaba allí cuando lo necesitaba. Pero Laura no sentía lo mismo por él. Había algo en Alejandro, algo en su oscuridad y misterio, que la atraía de una manera que no podía explicar.
—Si necesitas algo, ya sabes que estoy aquí para ti —dijo Yair, su voz cargada de sinceridad.
Laura le sonrió, asintiendo, pero sus pensamientos ya estaban de vuelta en la oficina de Alejandro, en esa sonrisa enigmática y la manera en que él parecía mirarla como si viera más allá de su fachada.
El día transcurrió sin más imprevistos. Las horas se deslizaron lentamente entre papeles, expedientes y las llamadas ocasionales que Laura atendía. Sin embargo, la tensión subyacente nunca la abandonaba, y en el fondo de su mente, la preocupación por su madre pesaba como una losa.
De regreso a su casa, la lluvia golpeaba con fuerza contra el parabrisas del auto de Laura. Las gotas caían como pequeñas agujas, haciendo casi imposible ver más allá de unos pocos metros. Encendió los limpiaparabrisas a máxima velocidad, pero incluso eso no lograba mejorar mucho la visibilidad. La tormenta reflejaba su propio estado interno: una mezcla de ansiedad, cansancio y una creciente desesperación que parecía no tener salida.
Finalmente, llegó a su edificio y se estacionó. Se apresuró a salir del auto, protegiéndose la cabeza con su bolso mientras corría hacia la entrada. Para cuando alcanzó la puerta de su apartamento, ya estaba empapada. Sacó las llaves con manos temblorosas y abrió la puerta, encontrando el pequeño espacio oscuro y en silencio.
—Mami, ya llegué —dijo en voz baja, dejando sus zapatos mojados junto a la puerta y colgando su chaqueta en el perchero.
Encendió la luz de la sala y se dirigió al pequeño cuarto donde su madre descansaba. Abrió la puerta despacio y entró. Carmen, su madre, estaba recostada en la cama, respirando con dificultad. Su rostro, normalmente tan vivaz, estaba pálido y demacrado. Las sombras bajo sus ojos y el temblor en sus manos eran evidencia del dolor constante que sufría.
—Mami… —susurró Laura, acercándose a ella.
Carmen abrió los ojos lentamente, sonriendo débilmente al ver a su hija.
—Hola, Laurita —respondía con voz apenas audible—. Llegaste temprano hoy.
Laura se sentó al borde de la cama y tomó la mano de su madre. Estaba helada al tacto, como si la enfermedad le hubiera robado hasta el último vestigio de calor.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
Carmen trató de sonreír, pero la mueca de dolor era evidente.
—Hoy ha sido un día difícil… —dijo, su voz quebrándose al final de la frase.
Laura sintió un nudo en la garganta. Sabía que los tratamientos de quimioterapia habían dejado a su madre en ese estado, pero también sabía que era la única esperanza que tenían para luchar contra el cáncer. Sin embargo, las secuelas eran devastadoras. Los médicos habían mencionado un nuevo tratamiento que podría aliviar algunos de los síntomas, pero era extremadamente costoso y no estaba cubierto por el seguro.
—Mami, he estado pensando en el nuevo tratamiento del que te hablé —dijo Laura con cuidado, tratando de medir la reacción de su madre.
Carmen cerró los ojos y asintió lentamente.
—Ya sabes que no quiero que te preocupes por eso, Laurita —dijo Carmen con un suspiro—. No podemos permitirnos algo así. Y ya has hecho tanto por mí...
Las palabras de su madre se clavaron en su corazón como dagas. Laura sabía que Carmen decía eso para protegerla, pero no podía evitar sentirse impotente. Se inclinó y besó la frente de su madre suavemente.
—Voy a hacer lo que sea necesario, mamá. No te preocupes por nada, ¿sí? —dijo Laura, tratando de sonar más segura de lo que realmente se sentía.
Carmen la miró con una mezcla de amor y preocupación, pero asintió.
Laura se levantó y salió de la habitación, cerrando la puerta con cuidado. Se dirigió a la pequeña cocina y se dejó caer en una de las sillas, apoyando la cabeza entre sus manos. Sentía la desesperación burbujeando en su interior, una ola de angustia que amenazaba con arrastrarla. Necesitaba dinero, y lo necesitaba rápido.
Pensó en las pocas horas extra que había podido conseguir en la clínica, pero sabía que no serían suficientes. Cada día que pasaba, los síntomas de su madre empeoraban, y Laura sentía que se le acababa el tiempo. Miró el reloj en la pared. Pasaba de la medianoche. La lluvia seguía golpeando las ventanas con furia, como si el mundo exterior reflejara su propia tormenta interna.
Esa noche, Laura se fue a dormir con la sensación de que el suelo bajo sus pies se desmoronaba poco a poco, y con la resolución de que encontraría una manera de salvar a su madre, aunque eso implicara cruzar líneas que jamás pensó cruzar.
El sonido del despertador resonó en la habitación, haciendo que Laura se removiera bajo las mantas. Sus ojos se abrieron lentamente, luchando contra el cansancio acumulado de las noches sin dormir. Se levantó con dificultad, sintiendo el peso de las decisiones y los riesgos que había tomado. Sabía que el día de hoy no sería diferente: la tensión seguiría creciendo y el peligro siempre acechaba.Bajo la ducha, el agua caliente la ayudó a despejarse, pero no logró quitar la sensación de incertidumbre que la acompañaba desde la reunión con Ramírez. La noche anterior había sido un éxito, pero no había tiempo para celebrar. Cada prueba superada era un escalón más hacia algo mucho más grande, algo que todavía no podía ver con claridad, pero cuyo peso comenzaba a sentirse.Laura preparó un desayuno rápido, tratando de no hacer mucho ruido para no despertar a su madre. Carmen necesitaba descansar, y Laura se aseguraba de que tuviera la mayor tranquilidad posible, a pesar de todo. De vez en cu
Laura despertó con una sensación extraña en el pecho, como si el aire estuviera cargado de electricidad y algo importante estuviera a punto de suceder. Se levantó lentamente, intentando que el ruido no despertara a su madre, y se dirigó al baño para prepararse. Se miró al espejo, viendo el reflejo de una mujer distinta a la que era hace unos meses. Había una nueva fortaleza en sus ojos, una determinación que antes no habría imaginado posible. Pero también había algo más, una sombra que revelaba el costo de todas sus decisiones.Tras vestirse, se preparó un café y se sentó en la pequeña mesa de la cocina. Mientras tomaba un sorbo, su teléfono vibró con un mensaje de Alejandro: "Hoy tendrás que reunirte de nuevo con Ramírez. Necesitamos asegurar su compromiso." El corazón de Laura dio un vuelco, aunque había esperado esto. El juego en el que se había visto atrapada seguía evolucionando, y Ramírez se estaba convirtiendo en una pieza clave.De camino a la clínica, Laura trató de calmar su
Laura llegó temprano a la clínica, con la determinación reflejada en cada uno de sus movimientos. Sabía que su próxima tarea sería una de las más difíciles: acercarse a Ramírez, ganarse su confianza y demostrarle que no era una amenaza. El plan que Alejandro había trazado dependía de su capacidad para mantener la calma y la cabeza fría, a pesar del peligro que representaba cada palabra, cada mirada intercambiada con ese hombre.El ambiente en la clínica era agitado, como siempre. Los pacientes esperaban con expresiones de ansiedad y esperanza, buscando en la clínica lo que el dinero podía comprarles: una versión idealizada de sí mismos. Laura intentó concentrarse en las tareas más simples, organizando expedientes y revisando la agenda del día, mientras su mente divagaba hacia la inminente reunión con Ramírez.Poco después del mediodía, Alejandro se acercó a su escritorio. Vestía con elegancia, pero había una tensión en su mirada que Laura no pudo ignorar.—Ramírez está en la sala de r
Laura se despertó temprano, el sol apenas empezaba a asomarse por el horizonte. El aire de la mañana era frío y se colaba por la ventana entreabierta, llenando la habitación con una frescura que le ayudó a despejar su mente. Había algo en el ambiente, una especie de calma tensa que la hacía sentirse expectante. Sabía que los eventos de los últimos días habían cambiado algo en su vida, algo fundamental. Alejandro ya no era solo su jefe, era algo más, una conexión que iba más allá de lo profesional. Y aunque esa idea la llenaba de una emoción intensa, también sabía que las implicaciones eran enormes.Se vistió con esmero, eligiendo un vestido azul marino sencillo pero elegante, algo que proyectara confianza. Mientras se peinaba frente al espejo, sus pensamientos iban y venían, recordando los momentos junto a Alejandro, las palabras que había dicho, la intensidad de sus besos. Una parte de ella quería rendirse por completo a lo que sentía, dejarse llevar sin cuestionamientos. Pero otra p
El sonido del despertador sacó a Laura del sueño profundo en el que se había sumido. La luz del amanecer se filtraba a través de las cortinas, tiñiendo la habitación con un tono dorado. Mientras se incorporaba y se desperezaba, se dio cuenta de que el día que tenía por delante sería uno de los más desafiantes hasta el momento. Alejandro había confiado en ella para ser parte fundamental de la nueva red de distribución, y eso no solo implicaba más responsabilidad, sino también mayor riesgo.Se levantó, se duchó rápidamente y se vistió con ropa que la hiciera sentir segura. Escogía prendas sencillas pero elegantes, algo que proyectara confianza. Sabía que la apariencia era importante en ese mundo, que cada pequeño detalle podía marcar la diferencia entre ser respetada o ser vista como una simple novata.Mientras preparaba el desayuno, su madre se acercó a la cocina, envuelta en una bata cómoda y con una sonrisa serena. Carmen había tenido otra buena noche, y eso hacía que el corazón de L
La mañana siguiente, Laura despertó sintiéndose extrañamente ligera. Había completado la entrega, y eso la había llenado de una sensación de logro que no experimentaba desde hace tiempo. Sabía que el camino que había elegido no era fácil ni seguro, pero algo dentro de ella disfrutaba de la adrenalina y del peligro. Sabía que, con cada paso que daba, se sumergía más y más en el mundo de Alejandro, un mundo donde las reglas eran diferentes, y donde ella había comenzado a encontrar su lugar.Laura se levantó de la cama y se dirigió a la cocina, donde encontró a su madre sentada junto a la mesa, con una sonrisa débil pero sincera. Carmen había tenido una buena noche, y eso era evidente. Su rostro, aunque aún marcado por el cansancio, tenía un brillo que Laura no había visto en mucho tiempo.—Buenos días, mamá —dijo Laura, acercándose para darle un beso en la frente—. ¿Cómo te sientes hoy?Carmen asintió con una sonrisa.—Me siento mejor, Laura. Creo que los medicamentos están empezando a
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