Narra Sebastián.
Sentía el cansancio y el abatimiento apoderarse de mí cada día más. Esa tarde decidí que era el momento de ir a la capital, a la clínica de mi hermana. Los días pasaban rápido, y aunque estaba feliz por casarme con Anashia, una sombra oscura de inquietud me seguía a todas partes. Sentía que esa felicidad podría desvanecerse en cualquier momento, y aunque no quería admitirlo, sabía que algo no estaba bien.
He atendido a suficientes pacientes para reconocer ciertos síntomas. Dolor de cabeza intenso y persistente, fatiga... Todo me indicaba que debía hacer algo antes de que fuera demasiado tarde. Así que, con esa preocupación en mente, me dirigí al hospital de mi hermana.
Le dije a Anashia que me quedaría unos días con mi madre por una reunión familiar, pero en realidad, iba a descubrir qué me estaba pasando. Necesitaba respuestas.
Cuando llegué a la capital y entré en la clínica, mi hermana, Valentina, me recibió con una cálida sonrisa.
—¡Sebastián! ¡Qué sorpresa verte