Capítulo 30 — Pareja destinada.

Damon se detuvo frente a Lyra, con el pecho aún agitado por la transformación. Sus ojos verdes —tan parecidos a los de ella pero más oscuros, más heridos— recorrieron a cada integrante del grupo, deteniéndose un latido más en los príncipes, cargado de una tensión vieja y feroz. El silencio del bosque era tan profundo que incluso los pájaros parecían contener el aliento, como si todo Artheon estuviera esperando su reacción.

—Te la daré —dijo al fin, la voz grave, resignada y firme a la vez—. Pero antes dime… ¿por qué traes contigo… a las hijas de los dioses?

La frase quedó suspendida, pesada como un hacha. Damon ladeó la cabeza, confundido, pero apenas unos segundos después sus pupilas se dilataron. Miró a Lyra, inhaló su aroma, sintió un pulso antiguo que lo atravesó como una descarga.

Y murmuró, casi temblando.

—Espera… tú también eres una de ellas…

El bosque se estremeció como si la luna misma hubiera tocado la tierra.

Lyra sostuvo su mirada sin huir ni negar, apoyando la mano en el
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