CAPÍTULO 01:

                                                                           •ஐ[★]ஐ•

La chica se zafó de su agarre de manera rápida, su tamaño la ayudaba a ser escurridiza. Por primera vez en su vida agradeció ser de baja estatura. 

—Yo no tengo por qué pagarte absolutamente nada —le hizo un gesto altivo con la boca—. Al contrario; eres quien tiene que pagar por las cuatro cervezas que me has echado encima. 

Edward pensaba decirle algo, y la agarró de nuevo por el brazo. 

—¡¿Qué cojones está pasando aquí?! —se escuchó una voz firme.

—Esta chica me ha echado encima la cerveza —Edward la soltó, y se señaló su chaqueta de cuero, la camiseta y sus jeans desgastados. 

—¡Tú te lo has buscado! —agitó la cabeza de un lado a otro, y tratando de soltarse de su agarre—. Además de que me echaste la bandeja encima, y no conforme con eso te burlaste de mí.  

—Ya dije que lo sentía, no te vi —argumentó Edward.

—¡Basta! —dijo Henry, el dueño del lugar—. El señor es nuestro cliente, debemos ser cordiales.

Aquello lo dijo en un tono que le indicaba a la chica que mantuviera un poco la calma. 

—¿Cómo resolveremos este problema? —Edward cuestionó enarcando una ceja hacia ella y colocando sus brazos sobre su pecho.

—El hecho de que sea un cliente, no le da derecho a atropellar a los que trabajamos aquí.

«¡¿Qué carajo dice esta chica?!»

Edward se cuestionó, pues era la primera vez en mucho tiempo que alguien se le enfrentaba de esa manera. Sin tener miedo de sus represalias.

—Ya te di una disculpa —bajo el tono de su voz— ¿Ahora que harás por mí?   

—Lo único que puedo hacer por un terrible arrogante como este es  lavarle la ropa —murmuró ella sin pensar que él tenía una buena audición.

—¡Perfecto! —exclamó él con una sonrisa, mostrando todos sus dientes como un tiburón—. Pero adicional quiero una cerveza bien fría; un suculento y jugoso trozo de carne con vegetales.  

La chica emitió un jadeo de horror. 

—De acuerdo, va por la casa —dijo Henry, y luego se giró hacia ella—. Alina, te encargas del desastre. Luego lleva al cliente hasta el área de lavandería. 

—Pero, Henry… 

—Nada de peros, chiquilla —su jefe levantó la mano. 

—Perderé clientes —manifestó ella bajando la cabeza—, es una hora muy buena para hacer propinas.  

—Eso debiste de haber pensado antes de echarme la cerveza encima. 

Ella lo miró con caras de pocos amigos. Pero no podía hacer nada, la verdad era que había actuado de manera deliberada, le molestaba mucho que hicieran algún tipo de comentario por su estatura. 

—¡Vamos cliente estrella! —exclamó con sarcasmo. 

Lo llevó por un pasillo poco iluminado. A Edward no le pasó por desapercibido lo que decía su ajustado pantalón en la parte trasera: “MUERDE SOLO UN POCO”. Se leía muy tentador, se dio una bofetada mental, porque no entendía como una mujer tan insoportable como esa. Era imposible dejar de mirar.

—Así que tu nombre es Alina, ¿cierto? —él tenía que distraerse un poco, porque con cada paso que daba su trasero se contoneaba y le picaban las manos por darle un azote. 

«¡Se lo merece!», se justificó. 

—Ajam —fue lo único que ella le contestó de mala gana, y por encima de su hombro. 

—Mi nombre es Edward —no entendió por qué estaba interesado en que ella supiera su nombre, y después resopló porque esperaba otra reacción de su parte.

—¿Y? ¿Qué haremos ahora? ¿Una entrevista? —se detuvo para enfrentarlo.  

«¡Jodidas mujeres! Ni el diablo las entiende», se dijo. 

—No eres muy amigable, Alina —negó con la cabeza.

—No tengo por qué serlo, solo cordial a la hora de ejecutar un trabajo y listo —se encogió de hombros. 

—Entiendo —expresó Edward, porque era lo que generalmente hacía.  

—¡Que bien!

—Dime una cosa, Alina —estaba curioso— ¿Por qué todas las chicas que trabajan aquí tienen mensajes subliminales?

Fue el turno de reírse de Alina, pues sabía que se refería a las frases en sus uniformes. 

—Son ideas de Henry —respondió encogiéndose de hombros—, este es un lugar que trabaja veinticuatro horas. Por el día es una cafetería normal, y por las tardes es el único sitio de diversión de la ciudad.  

—Lo dices como si fuera un pueblo. 

—Es una ciudad muy pequeña, y cuando digo diversión hablo de presentación de talento en vivo. En realidad, nos visitan personas de los alrededores. 

—Así que aquí nunca pasa nada —Edward soltó una risita. 

—Al contrario, pasa de todo —ella ladeó la cabeza—, en el buen sentido de la palabra. 

Minutos después entraron al área de lavandería. Ninguno de los dos dijo nada, por un momento el silencio fue algo incómodo. Hasta que Edward comenzó a quitarse la ropa, y dejar su cartera encima del estante que estaba al lado de la lavadora. 

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —chilló ella.

—No pensarás meterme dentro de la lavadora, verdad.

—¡Por supuesto que no!

—Vamos, quítate la ropa —le ordenó—. También está sucia, necesitas lavarla. 

Alina lo miraba de pies a cabeza, en el instante que quedó solo en bóxer y con el pecho desnudo decorado en la parte izquierda con un tatuaje de colores que le rodeaba hasta el antebrazo. Era un dragón, estaba claro que el hombre debía pertenecer al ejército. 

«¡Este hombre es descomunal!», se dijo.

Su pulso se aceleró, la boca se le secó y su respiración comenzó a ser más rápida. No entendió,  porque hizo lo que él le pidió. Generalmente, no se seguía órdenes de extraños. Pero quizá quería demostrarle que no le tenía miedo, y también se quedó solo con sujetador y bragas. 

El ambiente cambió, y la incomodidad que ambos sentían minutos antes pasó a ser algo más. No podía negarse que se sentían atraídos el uno por otro. 

«¡No pienses en sexo!», se regañó mentalmente Edward.

«No muestres tu lado salvaje», pensó Alina. 

Él dio un paso hacia ella y le levantó la barbilla, con voz un poco baja manifestó:

—Aquí no pasará nada que tú no quieras, pequeña gata salvaje. 

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