Mi lobo gruñó y me acerqué a la cama, arrancándole las mantas de las piernas para mirar con el ceño fruncido sus heridas. Al ver que solo tenía un pie vendado y el otro perfectamente bien, me detuve.
—¿Qué te pasa?—, refunfuñó, quitándome la manta de la mano y volviéndosela a poner sobre las piernas. Solo llevaba puesto un sujetador deportivo y los shorts diminutos que había usado en mi ducha el primer día.
Ella lucía tan jodidamente bien.
—Hay dos botas en el suelo.—
—Oh. —Cerró la tapa del estuche que le había puesto al nuevo dispositivo. Era de un color gris claro, casi igual al anterior—. Podría haber ido al médico sin él.
Se me dilataron las fosas nasales. «Clay me dijo que tienes que usarlo veinticuatro horas más».
Por eso el doctor me dio otra. Probablemente debería ofrecerle dinero para que le reponga la reserva, porque creo que es la última que le quedaba. No creo que tuviera más de dos a mano. —Se incorporó—. Me volvió a preguntar si podía usar mi sangre para su investigació